Csi 1203: Vivencias de probabilidad no nula

Etiquetas

[1203]

1203. Vivencias de probabilidad no nula

―Nuestra vida es una concatenación de decisiones tomadas, ya sean acertadas o equivocadas –sin importar en qué lugar vivamos ni en qué tiempo: ya sea en un pueblecito junto a un prado de trigo verde o en otoño–, pues todas son veraces y sin ellas no seríamos lo que somos. Nuestras elecciones, incluso nuestras renuncias, conforman nuestra existencia, nuestro ser. Eso es lo que he aprendido. Y, sin embargo, por cada opción que descartamos se crea lo que hemos llegado a denominar una vivencia de probabilidad no nula, pues nuestra existencia global la forman tanto nuestra vida vivida como nuestras vidas no vividas –les explica el profesor.
―¿Eso tiene que ver con el principio de incertidumbre de Heisenberg? –le pregunta una alumna.
―Supongamos, por ejemplo, vuestro vecino del 5ºA, al que llamaremos Arturo y al que le encantan… los pingüinos, por poner un ejemplo. Arturo sabe montar en monociclo, domina el dominó y se chifla por los quesos bien curados; tiene una motocicleta deportiva y, todos los veranos, va a un campamento donde juega al rugby y talla corchos con los que hace figuritas que luego vende en un mercadillo –les empieza contando el profesor–. En cierta ocasión, gracias a unos dineros que acaba de ganar en la lotería, se encuentra en la disyuntiva de, por un lado (opción A), pedirle a la vecina del 6ºC, Susana, salir a cenar –al parecer han hablado un par de veces y es posible que surja algo entre ellos–, y, por otro (opción B), comprar un billete para hacer un crucero por el Pacífico [hay murmullos de risas en el aula]. Vale. Arturo opta por la opción A. Pues bien, por esa simple elección –aunque a Arturo le ha costado lo suyo, no vayáis a creer [más risas]– se ha creado en paralelo una vivencia de probabilidad no nula –otro universo, lo llaman algunos–, en donde Arturo realiza dicho crucero (llamémosle universo 2). Y así todo. Arturo le pide salir a Susana, y ahora es Susana la que está en una disyuntiva, pues hay otro chico, Juan, que le hace tilín [más risas], y Susana prefiere a Juan y le dice no a Arturo [¡ooohhh!]. Pues bien, esta nueva disyuntiva ha hecho que, en paralelo a nuestro universo –en donde tenemos un no–, se cree un nuevo universo 3 en donde Susana le dice sí a Arturo y ambos salen juntos. Bien, veamos qué le sucede mientras tanto a Arturo en nuestro universo original: Arturo no sale con Susana, ¿verdad?, pues resulta que eso le causa una grave depresión y, una cosa lleva a la otra, acaba siendo despedido de su trabajo [nuevamente ¡ooohhh!]. Sin embargo, en el universo 3, en el que, recordémoslo, Arturo sí sale con Susana, resulta que es ascendido en su trabajo y, días después, es enviado –con el cargo de jefe de sección– a la nueva oficina que su empresa ha abierto en… Noruega, por ejemplo [aplausos]… aunque, si lo preferís más en clave de ciencia ficción, podría decir que le enviaron al exoplaneta Y’enag en la constelación It’ess [¡eso, eso, como en Star Trek!, se escucha al fondo].
―¿Y qué sucede mientras en el universo 2? –pregunta alguien.
―Veamos. Estábamos en que Arturo se había ido de crucero, ¿no?, pues resulta que, durante el viaje, duda entre montar en parapente (opción C) o hacer submarinismo en una zona de tiburones (opción D) y elije el parapente. Eso significa que se crea un universo 4 en el que hace submarinismo entre tiburones. Durante el parapente conoce a la instructora, Alicia, que está cañón [risas], mientras que durante el submarinismo la jaula de observación no cierra bien y se lo come un tiburón [más ¡ooohhh! y algunas muecas de dolor]. Seguimos. En nuestro universo Arturo se casa con Alicia y, algunos meses después, se le presenta la oportunidad de mejorar profesionalmente –están esperando su primer hijo y no les viene nada mal algo más de ingresos– y, o acepta un nuevo trabajo que le han ofrecido en otra empresa (opción E), o se trasladan a la nueva oficina que su empresa ha abierto en Noruega –o, si lo preferís, al exoplaneta Y’enag en la constelación It’ess (opción F)– [risas]. El caso es que Arturo elije la opción E, lo cual significa…
―…que los universos a veces se entremezclan entre sí, porque lo de irse al exoplaneta ese ya sucedió en el universo 3 –responde un alumno de la tercera fila– y además que se crea el universo 5 en el que Arturo y su familia se trasladan al espacio exterior [risas].
―Exacto. Porque los universos no son estancos, pero eso lo veremos en la próxima clase; y sí, se crea el universo 5… y así cada vez que haya una disyuntiva polivalente hasta llegar al infinito… ¡y más allá! [nuevamente risas]. Y ahora idos a vuestras casas pero no toméis ninguna elección por el camino, ¿queréis?, que ya tenemos suficientes universos por ahí danzando [más risas y aplausos].

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Csi 1202: Más de cien vidas en una

Etiquetas

[1202]

1202. Más de cien vidas en una

En busca del sol abrasador, como exquisito fruto a las más de cien vidas que me han tocado vivir, he gritado ¡Absalom, Absalom! rastreando los límites del conocimiento humano. En 1984, así, sin ir más lejos, sobreviví a la habitación 101 del Ministerio de la Verdad. He subido al faro entre almas muertas, yo, descendiente de Ana Karenina, ‘beloved’ de un mundo esclavizado, he vivido en Berlin Alexanderplatz en busca de mi futuro; he reflexionado y he cosechado frutos en el huerto de mi vida –‘bostan’ lo llamaba el poeta– y me he ganado el sustento construyendo más de una casa de muñecas en mis cien años de soledad, no como crimen y castigo a los cuentos góticos de Poe o a los infantiles del Andersen inmortal, sino como recompensa merecida al ascenso a las cumbres borrascosas que, cual decamerón o diario de un loco, alcancé en la divina comedia en que convertí mi querer equipararme al sin par don Quijote de la Mancha. No he buscado, no obstante, ser cual Edipo Rey, pues el amor en los tiempos del cólera que sufrí sin buscarlo fue mazmorra suficiente en el castillo al que fui condenado. En mis penurias y alegrías siempre me acompañó el cuaderno dorado que usaba como registro fidedigno de mis avatares y que el extranjero sabio –el hombre invisible, el hombre sin atributos, incluso el idiota, como fue llamado– me regaló al salir absuelto tras el proceso al que, cual rey Lear entre el ruido y la furia, fui sometido injustamente. El sonido de la montaña habló, el tambor de hojalata dictó sentencia. Con el viejo y el mar, en busca del tiempo perdido, cual eneida portentosa inimaginable, cumplí lo prescrito en aquel ensayo sobre la ceguera que ni el mismísimo Montaigne se hubiera atrevido a profetizar al pactar con el Fausto desalmado. Ideé ficciones que hice realidad; luché contra Gargantúa y Pantagruel y, como ayuda de cámara, fui testigo fiel del ‘Genji Monogatari’ principesco. Viví una temporada entre gente independiente, allá por Islandia, y por el Gran Sertón: veredas transité, guerras combatí con grandes esperanzas de victoria y anhelos invoqué contra múltiples tormentos psicológicos de indudables fierezas sobrellevadas. Fue una guerra y paz de hambre insaciable, una hecatombe sideral, un ultimátum siniestro. Contra mi propio Hamlet combatí en dos ejércitos: por un lado los hijos de la medianoche, por otro los hijos de nuestro barrio, como hijos y amantes renegados inundados de hojas de hierba ya marchitas. Ilíada feroz con Jacques el fatalista como maestro de ceremonias, impropio siquiera de la conciencia de Zeno, pues, aunque la educación sentimental recogida en la historia insigne de la montaña mágica resultara acaso inverosímil, la muerte de Iván Ilich que la señora Dalloway presenció no encarecía ni un ápice las aventuras de Huckleberry Finn tras las metamorfosis de las mil y una noches subyugantes. Recuerdo que, meditando el libro de Job –libro de desasosiego y sufrimiento, conflicto entre el hombre bueno que sufre y del malo feliz– aquellos días en que conocí a Lolita en casa de los Buddenbrook, fui peregrino, cual los cuentos de Canterbury, y testigo de la contienda entre los endemoniados y los hermanos Karamazov. Aunque los inicié, no pude concluir los viajes de Gulliver ni visitar a madame Bovary, aunque me contaron sus cuitas –terribles, sin duda–. Reviví la epopeya Mahabhárata del legendario Viasa, el Masnavi de Rumi y la Medea de Eurípides. ¡Soberbios! De las memorias de Adriano busqué aquella melancolía del mundo antiguo ya perdida, si no desestimada; del Middlemarch, su ritmo pausado y ese tono ligeramente didáctico. Perseguí a Moby Dick con la locura de Ahab. En Molloy, Malone muere y con el innombrable hallé la desnudez de la conciencia. Trabajé de nostromo y conocí el molde en el que me había fundido al sentirme condenado por la decepción y por mi dañado orgullo. Mi vida ha sido, sin duda, toda una odisea de orgullo y prejuicio, y yo un Otelo con aroma a papá Goriot e ínfulas de Pedro Páramo venido a menos. Conocí a Pippi Calzaslargas y me enamoré de su libertad. Quise emular el poema de Gilgamesh pero me pudo el gigante Humbaba aunque toreé al toro del cielo; con la diosa Inanna hice buenas migas. En un interludio ocasional, charlando con unos entendidos, comparamos los poemas de Celan con los de Leopardi pero no alcanzamos consenso. Con el Ramayana alcancé la mediación divina y el beneplácito de Rama. Reconozco que me perdí entre los cuentos de Chéjov y los de Kafka, pero hallé mi norte con Rojo y Negro. Siempre he sido un buen alumno. En mi viaje hice noche en el romancero gitano. De nuevo por el norte fui aliado de la saga de Njál y juré venganza en más de una ocasión. El sabio Nial es un buen tipo. Conocí a Shakuntalá y la ayudé en lo que pude. Eso fue antes de que llegara el tiempo de migrar al norte, de nuevo –sí, fue un tiempo de subidas y bajadas; norte va, sur viene–. Al llegar a África pensé «¡todo se desmorona!», pero reconozco que me precipité, pues no fue para tanto. Fue entonces cuando conocía a Ulises, el irlandés. Aquello fue el no va más. Aún estoy como en estado de shock, intentando comprender lo que viví aquellos tremebundos días. Fue como un viaje al fin de la noche. Gracias a que me topé con la vida y opiniones del caballero Tristam Shandy y su intrincado, humorístico y desarreglado talento. Aunque nada comparable a Zorba, el griego, sin duda; eso fue el acabóse. Pero esa es otra historia.
Sí, esa ha sido mi vida y esa sigue siendo. ¿Qué me deparará el futuro? No lo sé, ni quiero saberlo, la verdad. Ya llegará lo de deba llegar. En todo caso, como dijo Belli*, «tal vez, todos podemos vivir muchas vidas». Eso es lo que importa, y eso es todo (hasta el siguiente libro, por el momento al menos).

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

[* Laura Martínez Belli (Por si no te vuelvo a ver)]

Haiku 1805 – 1809

Etiquetas

Haiku 1805 – 1809

–1805–

Alfombra de hojas
anaranjadas, ¡mira!
las nubes grises.

Alfombra de hojas anaranjadas, ¡mira! las nubes grises.

–1806–

Indiferente
aquel gorrión sobre un
espantapájaros.

Indiferente aquel gorrión sobre un espantapájaros.

–1807–

Falta una rana
entre las hojas verdes;
llueve en otoño.

Falta una rana entre las hojas verdes; llueve en otoño.

–1808–

Viento de otoño;
se lleva por los aires
hojas y niños.

Viento de otoño; se lleva por los aires hojas y niños.

–1809–

Con esta nieve
no se ve el cielo azul
ni todo el pueblo.

Con esta nieve no se ve el cielo azul ni todo el pueblo.

Luis J. Goróstegui
#haiku

Csi 1201: Para toda la vida

Etiquetas

[1201]

1201. Para toda la vida

Hacía veintiséis años que la Tierra había entrado a formar parte de la Federación de Planetas Unidos. Gracias a ello habíamos entablado contacto con seis civilizaciones galácticas a lo largo y ancho de siete sistemas, quince exoplanetas, una veintena de lunas e infinidad de asteroides, mineros la mayoría. Aquel día –viernes, según el calendario terráqueo por el que me rijo en mi nave; y es que con tanto viaje espacial y tanto calendario local de los planetas que visito me hago un lio, ¿sabéis?, por eso sigo el de mi hogar en la Tierra–… bueno, el caso es que aquel día aterricé temprano en el planeta Ineen (sistema Raydiss; civilización Aldeen). En mi nave de carga –la Proteo– transportaba armamento, piezas de recambio para propulsores translumínicos y algunos ejemplares de animales salvajes procedentes de las lunas Ohnes y Tinis (civilización L’esskim). Sí, me dedico al transporte interplanetario. Llamadme Isaías.
―¡Menudo viajecito que me han dado!… Descargad con cuidado las jaulas, que aún no han comido las fieras –les dije a los encargados del zoo–. Son dos temibles raaks adultos, grandes como osos, de diez tentáculos engarfiados… cada uno… y no les gustan los zarandeos.
―Pero Isaías… ¡aquí hay también dos crías!, ¿qué hacemos con ellas?… a nosotros sólo nos encargaron llevar dos adultos al zoo.
―¿Y qué quieres que haga con ellas?… van en el lote… No me fastidiéis, ¿queréis?, que aún me queda un largo día por delante; ¡echadles la culpa a los dos raaks… que se pusieron juguetones durante el viaje!…
Con el armamento no tuve pegas; en eso la comandancia del ejército aldeeniano siempre es una garantía.
―¿Dónde es esta vez la guerra? –les pregunté.
―En la nube de asteroides Oldoo, tras la nebulosa Eleëre.
―¿Y es por el gas o por los metales nobles?
―¡Oh, nada de eso!; esta vez es mucho mejor… pero es secreto –me dijo el sargento haciéndome una mueca cómplice.
Media hora después aterrizaba la Proteo en el puerto espacial del otro extremo del planeta. Allí descargué las piezas de los translumínicos y me hice cargo de trescientas toneladas de residuos radiactivos con destino al reciclador nuclear del megasteroide Iss’gha.
Cuando regresé a Ineen, tras entregar los residuos y desinfectar mi nave, ya atardecía en la capital, Uatha. Miré el reloj y, como aún era temprano para cenar, aproveché para dar una vuelta por la ciudad en busca de algo de sosiego y libertad. En un recoleto jardín conversé con un anciano expiloto que me contó sus cuitas aquella vez que tuvo que amartizar de emergencia en territorio hostil. «Fue una erupción de emociones, se lo aseguro», me dijo emocionado. Llegué a la plaza central y un abogado –o eso me dijo que era– quiso venderme, con ademán inquietante, un tónico contra el alzheimer. Ayudé a una niña a bajar de un árbol a su gato siamés. Unas damas de mal vivir se me insinuaron al cruzar por un callejón. En un cartel anunciaban la actuación del gran mago E’yerém, alias El Milagroso. En un puesto ambulante le compré a un vagabundo un tazón de chinchulín en su salsa. Luego entré en un café-librería a tomar algo. Nada me hacía presagiar que sucedería. Dicen que hay momentos en los que un aliento invisible nos empuja a desafiar incluso el código moral de conducta que cumplimos en la vida diaria. No lo esperaba, pero sucedió. Allí la vi, sentada leyendo un libro de ecuaciones vibracionales.
―Dicen que, para obtener las frecuencias naturales de las placas romboidales, se aplica una variante subrogada del método del Elemento Completo con el que analizar las vibraciones transversales libres de las placas vórtice en aceleración crítica –le dije sin más.
Ella me miró y sonrió.
―Eso siempre que la minimización del funcional no precise de secuencias convergentes, supongo –me respondió.
―Naturalmente –le dije.
Fue lo que se dice un flechazo en toda regla. Por si no lo sabéis, os aclararé que los aldeeniano se parecen mucho a los humanos. Tenemos nuestras diferencias, claro; están sus capacidades psíquicas… pero, comparándolos con otras especies galácticas, son pequeños detalles… Ellos tienen los ojos grandes –mucho más que los nuestros–, y ella tiene la piel moteada, es alta y atlética, ¡y tiene una sonrisa!… Se llama Inaa. El caso es que acabamos en mi nave y la noche se nos hizo pasión, como se suele decir. Lo demás es privado, aunque os podéis hacer una idea. Fue una noche inolvidable. Nos casamos dos meses después. De eso hace ya cinco años. Sus padres pusieron algunos reparos. Los míos también. Supongo que para ellos era difícil aceptar que nos pudiéramos enamorar de un alienígena. Pero ya se sabe: el amor es universal. Al final comprendieron que nos queríamos de verdad, para toda la vida: nuestra hija Einä es prueba de ello. Y sí, los humanos y los aldeenianos somos sexualmente compatibles. Plenamente.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Csi 1200: ‘Un trabajo con vistas’ y otros cuentos sin importancia [febrero-2021]

Etiquetas

[1200]

1200. ‘Un trabajo con vistas’ y otros cuentos sin importancia [febrero-2021]

1200.1.- Los amores de Poly’sh y Est’ieë
En un recodo del bosque Poly’sh –un elfo– y Est’ieë –una hada– proclaman sus cuitas.
―En la comedia de la vida hallamos el llanto; en la tragedia del vivir, la alegría. ¡Ser o amar, he ahí la cuestión, oh, Est’ieë! –dice Poly’sh con hondo sentir.
―¡No desesperes, mi amado, que la aurora vengará nuestra afrenta! –le responde Est’ieë.
Y, muriendo, cae el telón; y, con un atronador aplauso, toda la clase de 2ºB del colegio feérico les felicita su magnífica interpretación teatral.

1200.2.- El Arca, una sembradora de bioguerra
―¡Órale, que me aspen si sé lo que es eso!, será mejor que vengas tú misma a verlo –exclamó el centinela fronterizo cuando avisó a Tetera Ma, la gerente de aquel antro, de mi llegada.
Era la segunda vez que anclaba en aquel hormiguero –La Colmena, la megaestación espacial sita en el asteroide Galímedes II de la nebulosa Osetia–, pero esta vez lo hacía a bordo de una nave mucho… mucho más grande.
―Es El Arca, una sembradora de bioguerra del Cuerpo de Ingeniería Ecológica del viejo Imperio Federal, de unos treinta kas de largo –le expliqué a mi vieja amiga.
―¿Una de esas que podían fabricar cualquier tipo de catástrofe ecológica a medida?, ¿pero no fueron destruidas todas tras La Caída? –me preguntó Ma.
―Sí. Tuve suerte, la encontré a la deriva en el Cuadrante 3K9; y además funciona a pleno rendimiento.
―¿Y qué haces por estos lares, capitán?
Y mientras saboreábamos una delicatesen en su suite privada, le fui explicando mis últimas andanzas.
―Me contrataron para solventar un conflicto territorial entre los dos países del planetas Endoit’e.
―¿Lo resolverías, verdad?
―Ya me conoces, incluso logré que se unieran en un solo país. Por eso he venido a esconderme aquí una temporada: de entre mis enemigos, ahora el planeta Endoit’e –todo él– es mi más acérrimo.

1200.3.- Ocaso de nubes desgarradas
Ocaso de nubes desgarradas y silencio envolvente como bandada de estorninos de moldura ahormada deambulando de aquí para allá en filigranas sin final; el sol rasurando el horizonte escarpado en un cielo rosicler en conjunción simétrica al vector elipsoidal de poniente que, despidiéndose del día, da la bienvenida a la dama nocturna; la brisa se torna recia, la luz se ahoga y un rayo esmeralda cruza el firmamento rumbo a lo desconocido en un eco de agónico rugir como rúbrica testimonial en un manuscrito de un gigante enamorado. Y, para concluir, como secuencia cumbre de una película inmortal, tres escenas se muestran ante el observador eterno para su deleite: sea la primera una dama guerrera que, entre nubes de niebla baja, extiende su brazo y grita y expulsa su lanza con la férrea intención de atravesar el corazón del rugiente dragón; sea la segunda un demonio alado surgiendo del inframundo y que, aunque oculta con el casco su pérfida mirada, muestra, no obstante, su brutal sonrisa; y tercera sea una criatura ciclópea que, descendiendo de entre las tormentosas nubes, anhela devorar el ígneo navío de mil púas. Sea esta, pues, la descomunal sentencia y declaro: «que todo lo que es, sea; y, que lo que no, fuese –amén– en el extremo opuesto a Júpiter».

1200.4.- Carmen Irina Mihalca de Dolha y Petrova
Carmen Irina Mihalca de Dolha y Petrova nació en una remota comarca en el corazón de los montes Cárpatos en el seno de una familia de rancio abolengo, aunque para ella eso ya no significaba mucho. Sabe que en tiempos antiguos sus antepasados –que habían sido los condes del lugar– habían habitado en un soberbio castillo, allá en la cima desde donde dominaban el valle, en lo que ahora sólo son ruinas, y que hubo un tiempo en el que habían sido respetados, incluso temidos. Las cosas ya no son lo que fueron, claro, y, en la actualidad, Carmen, una joven vivaracha de cabello pelirrojo y mirada incisiva, vive en un coqueto apartamento en la pequeña ciudad surgida en la falda de aquellos montes y trabaja de bibliotecaria. No obstante Carmen se sabe distinta pues aún conserva en su interior un no sé qué fugaz y siniestro que en cierto modo le conecta aún con sus ancestros, pues, en ocasiones, se transforma y, como impulsada por un estremecimiento vital, se convierte en otro ser y vuela; pues dicen que sus antepasados también poseían dicho don aunque ellos se tornaban en murciélagos y en lobos negros, y, mientras su familia aullaba en las noches de luna llena –pues se dice que eran vampiros–, ella se tiene que conformar, cual paloma torcaz, con zurear.

1200.5.- De una flor surge el abismo
De una flor surge el abismo; de un PAISAJE, la LUNA; del FRÍO EMBELESO, la PASIÓN desbordada; del fuego, el hielo; de la niebla, el universo; y del caos, la vida, cual ave fénix que remontara sublime la fosa ininterrumpida a la que fuimos enviados al tomar la salida o cual prosista poético en actitud eucarística. Pues ¿acaso no es meritoria la victoria que nos forjará el alma?, ¿no es retribuida la recompensa prometida? Dicen que una puerta se cierra y se abre una ventana cual universo infinito de finitud engañosa, y, sin embargo, va y viene la marea promovida por una fuerza invisible mas ponderable. No aguardemos a que la luz se nos apague y mantengamos, pues, viva la llama y, ojo avizor, sustentemos la esperanza en la vida por venir. Así sea.

1200.6.- Poco
—A veces escribo poco, muy poco.
—¿Cómo de poco?
—Como un punto y coma; con eso me basta.

1200.7.- Secretos inconfesables
―Alfombra, moqueta, tapiz, tapete, estera, esterilla, felpudo, llámalo como quieras, el caso es que volaba.
―¿Y la lámpara mágica?… ¿y el Genio?… ¿hablaste con Aladino?…
―¿Qué te crees?, eso sólo es un cuento de hadas.
―¿Y la alfombra voladora no?
―¡Pues claro que no!, pareces tonto; la alfombra voladora junto a la capa de levitación del doctor Strange y la capa de invisibilidad de Harry Potter forman El Trío Místico y es tan real como el Área 51 o Hellboy.
―¿Y volaste?
―Volé.
―¿Me puedes dar una vuelta en ella?
―Pero no ahora. Se la han llevado Hansel y Gretel para capturar brujas en los montes Cárpatos.
―Hansel y Gretel. Brujas.
―Hansel y Gretel. Brujas. Sí.
―Las brujas no existen, ni Hansel ni Gretel; ellos sí que son un cuento de hadas.
―Sí, esa es la idea: hacer creer que no existen; es la táctica de la Agencia de Investigación y Defensa Paranormal.
―Ya.
―No son trolas, créeme; y te lo cuento a ti precisamente porque nos conocemos hace mucho, y porque si no se lo cuento a alguien reviento. Déjame que te enseñe algo; mira aquí.
Y un fugaz flash iluminó su cara y, guardando el neuralizador, dejé a mi amigo en el parque; no sin antes recordarle que le llevara –hoy era su cumpleaños– unas flores a su mujer, Rocío.

1200.8.- Eneidadas I
―Fue el torvo Abante, jefe etrusco, un aliado de Eneas, muerto por Lauso al hacerle frente.
―Y hubo un soldado griego de escudo de cavo bronce de ídem nombre: Abante también.
―Lo sé; y, en su poderosa nave, otro llamóse así mismo Abante, compañero igualmente de Eneas.
―Y, no obstante, fue Abaris un rútulo muerto por Euríalo.
―¿En Abela, ciudad aliada de Turno?
―No, en campo troyano.
―¿Quién lo diría, no?; soplaría el ábrego, desde África, supongo.
―Es de suponer; así es la vida, sin duda.

1200.9.- Fogonazos de arcoíris
Era un duende y vivía camuflado entre los humanos, en un acogedor piso de la ciudad. Al no encontrar ningún bosquecillo donde pudiera ocultar sus ollas mágicas llenas de monedas de oro –el cemento de la ciudad lo engullía todo– el leprechaun las escondía en su casa, bajo su cama o en un armario o bajo la alfombra del salón. Ninguno de sus vecino, sin embargo, solían percatarse de aquellos fogonazos de arcoíris –los humanos ya no solían mirar al cielo– que, en ciertas ocasiones, emanaban desde su casa –sita en el ático de una torre de quince pisos– y buscaban alcanzar el cielo; y, quien lo hacía, sólo lo consideraba una simple irregularidad atmosférica sin asociarlo, naturalmente, a ningún fenómeno mágico –los humanos, sobre todo los adultos, tampoco creían en esas cosas–.

1200.10.- Junta vecinal a la deriva
―Invertir la potencia del vórtice, eso fue suficiente.
―Mira por dónde.
Todo se fraguó en la última reunión de vecinos de mi comunidad. Ya sabéis cómo son estas cosas: se propone algo simple, no sé, reparar las calderas, por ejemplo, y alguien sugiere instalar un modelo de condensación que, al parecer, es barato y fiable; «parece una buena idea», dicen algunos. Pero el del 10ºC prefiere que sea de compresor no binario, que le han dicho que, aunque más caro, a la larga sale mejor de precio percápita; y entonces surge la discusión entre la vecina del 7ºA y el del 9ºB, y alguien exige que se cumpla el reglamento y que el ajuste tangencial sea termonuclear trifásico, y una cosa lleva a otra y cada propuesta sobrepasa la anterior –y es más cara, naturalmente– y, al final, lo que se aprueba instalar es un compresión geomagnético que obtenga el gas de una bolsa de magma de la astenosfera.
―O sea, la releche.
―Sí. Y lo peor es que, en la prueba de prospección, casi hacemos explotar media ciudad. Menos mal que logramos invertir la potencia del vórtice. Pero tranquilo, al final lo conseguimos.
―¿Alcanzasteis magma?
―No. Finalmente instalamos el modelo de condensación; me empeñé y ¡vive Dios que conseguí convencer a la junta vecinal, que para eso soy aragonés!

1200.11.- La primera comida de la noche
La luna asoma lúgubre y la noche se abre paso entre la niebla fría. En la lejanía se escucha el aullar quejumbroso de unos lobos.
―Ámame –le susurró deseosa Marishka.
―Sedúceme –le imploró voraz Aleera.
―Quiéreme, amor mío –le pidió Verona con ademán escabroso.
―Mírame y hazme tuya –le suplicó ardiente Aleera, de nuevo.
―Bésame, demonio mío –le rogó insistente Verona.
―Muérdeme, príncipe de la oscuridad –le impetró Marishka con ansias desbordadas.
―Oh, queridas, sois insaciables; dejadme al menos que vuele hasta el pueblo y desayune antes la sangre tibia de algún aldeano; ya sabéis que la primera comida de la noche es la más importante –les dijo Drácula a sus novias con una sonrisa maliciosa.

1200.12.- A la desesperada
―¡Teclado, escribe! –le ordené.
Esperé impaciente, pero el teclado no escribía. Esto tampoco funcionaba. Ya no sabía qué hacer. Lo había probado todo y seguía in albis. No se me ocurría nada interesante que escribir: mi mente no daba más de sí; mi imaginación ya no funcionaba; mi musa debía haberse ido de vacaciones; el genio de la lámpara que había comprado en un mercadillo de Bagdag seguía ilocalizable; y algo debía estar haciendo mal con el hechizo ‘piertotum locomotor’ para dar vida a los objetos –que acababa de utilizar con la máquina de escribir de mi abuelo– porque tampoco, ¡ni con esas! Empezaba a impacientarme. Sólo me quedaba una opción. Era actuar a la desesperada, lo sabía, pero no había otro remedio. Tenía sólo tres horas para entregar en la redacción del periódico mi cuento de ficción semanal, así que me puse manos a la obra y empecé a escribir sin ton ni son lo primero que se me pasaba por la mente; «¡que sea lo que Dios quiera!», pensé al enviarlo a la rotativa. A la mañana siguiente, cuando llegué a la redacción, me topé con mi jefe: «¡chaval!», me dijo, «¿qué es eso de escribir sobre un hechicero que se queda sin inspiración para elaborar nuevos conjuros?; ¡enhorabuena!, ¿de dónde sacas esas geniales ideas de historietista?»

1200.13.- Innumerables
Innumerables esperan el juicio. Siento la velocidad de desplazamiento, estoy acostumbrado; soy uno con el sistema y acelero. Se escucha llegar un camión de bomberos. ¡Fuego! Hoy es el aniversario del emperador; ¿escuchas?, suena la melodía como una anacrusa.

1200.14.- Negociación en el planeta Y’emunt
Partitura a cien bandas intercaladas con resonancia marcial y ritmo subyugante y el eco de un millón de voces polifónicas como recibimiento solemne a las dos comitivas.
La reunión tuvo lugar en el planeta Y’emunt pues aún se consideraba territorio neutral. Imaginad: un planeta desierto y sólo un edificio construido en él; pero un edificio imponente, grandioso, cíclope, con forma hipercúbica de trescientos kas de flanco, y, en su núcleo, un paraninfo de diez kas de lado y mil milikas de altura sostenido con soberbias columnas y decorado con inefable magnificencia.
Por un lado, el séquito del Dios-Emperador Eneav’rr, sumo gobernante del planeta Ar’ene; por otro, la cohorte del Altísimo y Excelso Señor del planeta Iss’gha. Eran tiempos prebélicos, donde la apariencia lo significaba todo. Y allí estaban. Frente a frente. Con sonrisa amable e intención deshonesta. El objetivo: repartirse un nuevo planeta recién descubierto; un planeta rico en agua y en campo magnético; todo lo que les faltaba a ellos en sus respectivos imperios –un pequeño planeta llamado por sus aborígenes: Tierra–. Y allí se declararon la guerra, pues ambas comitivas no lograron ponerse de acuerdo en el reparto. Imaginad: toda una guerra galáctica por causa de un porcentaje.

1200.15.- El silencio oxida
El silencio oxida la cúpula cubierta por el cielo azul y la deslumbrante orilla del río mira hacia la ventana desde el fondo de la noche cuando toda la gente insomne se reúne.

1200.16.- Don Teodorato y Meditativo
Don Teodorato Garagarza von Richthofen se compró un robot de aleación y fibra de vidrio para que fuera su mayordomo. Le llamó Meditativo porque decía que le recordaba al semáforo de la esquina. Lo cierto es que nadie salvo él comprendía la semejanza.
―Meditativo –le preguntó un día don Teodorato–, ¿qué te parece la idea de la existencia del más allá?
―No sabría qué decirle, señor… ¿allí también tendría que servirle, señor?
Don Teodorato se quedó pensativo.
―No, supongo que no, Meditativo.
―Pues entonces sí me gustaría que existiera, señor.

1200.17.- Una cita en el museo
La semana pasada fui de compras acompañado de mi robot-mayordomo y a la vuelta entramos a ver el museo de arte. Desde entonces todas las tardes, con la excusa de tener que salir a comprar algo en el mercado de la esquina, mi robot entra en el museo. Al enterarme, le pregunté:
―¿Por qué vas todos los días al museo?
―Es que he quedado prendado de la estatua en mármol de una bella doncella –me respondió– y voy allí a visitarla, señor.

1200.18.- El niño travieso
Vladislao Odonic, duque de Dworzaczek, científico de gran renombre y fama donde los haya –inventor del propulsor estelar Odonic y descubridor del Principio de Aceleración Supralumínica–, siempre había sido muy previsor y ordenado en sus costumbres. Una de ellas, quizá la que más ha llamado la atención entre aquellos que se dedican a estudiar su vida y su obra, concierne a sus hábitos de lectura. Su biblioteca era legendaria; desde su más tierna infancia guardaba todo lo que había leído, que había sido mucho. Al parecer, a partir del día en que cumplió los cincuenta decidió volver a releerse, pero en orden inverso, las novelas, las obras de teatro, las poesías y los cuentos que ya había leído a lo largo de su vida –«ya he leído suficiente; ha llegado el momento de disfrutar del placer de la relectura», decía–, de modo que entre los 50 y los 60 releyó los libros que había leído entre los 40 y los 50; entre los 60 y los 70 releyó los que había leído entre los 30 y los 40; entre los 70 y los 80, los que había leído entre los 20 y los 30; entre los 90 y los 100, los leídos entre los 10 y los 20; y a partir de los 100 regresó a los tebeos. Murió a los 103 de un ataque de risa mientras leía «El niño travieso», de Hans Christian Andersen.

1200.19.- Érase una vez un asesinato
―…y dicen que también estuvo presente sir Duncan Granwell, y que fue una de sus incontenibles peroratas de costumbre donde habló de todo un poco: de pintura sumi-e japonesa, de las cerámicas de Albacete, de los tapices de la Real Fábrica de Madrid, de los pintores impresionistas alemanes, de jazz y de las teorías de Schrödinger… o de las de Maxwell, no recuerdo bien; ¡uf, fue agotador! Dicen que también contó un cuento…
―¿Un cuento?
―Sí, «Érase una vez…», comenzó a decir, «que se celebraba una fastuosa cena en el vetusto castillo de un lord inglés, y uno de los invitados se percató, ya a los postres, de que “fuimos trece a la cena porque alguien faltó”, dijo después en el interrogatorio. “¿Quién será, pues, el primero que se irá al otro mundo?”, recuerdo que le preguntó aquel invitado.» Dicen que sir Duncan soltó una risita nerviosa y que contestó: «yo»; y ahí estuvo lo extraño.
―¿Por qué?
―Pues porque a la mañana siguiente le encontraron muerto en su casa, acribillado a balazos.

1200.20.- Tras una vida de muerte
Silenciar los pasos recorridos aún sin remordimiento de culpa pero consciente de los errores que he cometido –alcanzada ya la edad de la prudencia–, ese es el resultado al que dedico ahora mi tiempo tras una vida de muerte. Me reclutaron joven recién salido del orfanato, inocente de mí –si sirve de disculpa–, primero con pequeños hurtos, sisas y timos; luego aprovecharon mis ansias de venganza por el asesinato de mi maestro para hacerme entrar en la nebulosidad del crimen sin falta; y, al final, convertido en un freelance del asesinato a sueldo, obtuve fama de infalible en el mundillo del delito. Fueron años que navegué sin prejuicios y del que obtuve pingües beneficios, sin duda, pero todo tiene un límite en esta vida y llegó el día en que dije basta. Ahora obtengo de mis canas, y de mi dinero bien invertido, el anonimato buscado; y, en la paz de mi refugio, paso los días leyendo, cuidando de mis abejas y, en mi huerto, de mis moras y tomates.

1200.21.- Estrategia de marketing
«¡Camaleónico cual felino al acecho en pos de una presa, sigiloso, implacable, sutil, disciplinado, respetuoso, obediente, eficaz!», así le vendían a la opinión pública los beneficios de las nuevas legiones de robot-soldados clase ADR-9 destinadas a los planetas fronterizos del cuadrante Sigma, donde la guerra contra los che’age’ab del sistema Dena’p alcanzaba ya los tres años y cinco meses terrestres.
Finalmente, y siguiendo derroteros no del todo claros –valga el eufemismo–, se alcanzó un acuerdo de paz humano-che’age’abiano, y los que habían sido acérrimos enemigos se dieron un apretón de manos –bueno, o lo que sea que tuvieran aquellos extraterrestres–. Siete meses más tarde llegaron a la Tierra las tropas ADR y la empresa fabricante de aquellos eficientes robots se encontró con el problema de qué hacer con el stock sobrante. Tras un exhaustivo análisis en busca de una estrategia de marketing favorable, y ciertos cambios en el uniforme y en la matriz neurológica, encontraron una muy rentable solución.
«¡Servicial cual fiel mayordomo en pos de un servicio eficaz, discreto, preciso, inteligente, disciplinado, respetuoso, obediente!», así le vendían a la población el nuevo robot-mayordomo ADRIAN. Los primeros en comprarlo fueron un anciano matrimonio.

1200.22.- Adiós, palabras
Parece sólo un árbol, lo sé, un árbol solo, con la luna que se asoma a través de los espacios vacíos, infinitos, entre otros árboles con hojas caídas, sin pasión, con la mirada en lo intangible, al son de la brisa, eco de lo sublime. Y ahora lo siento, pues desperté a un sueño tras dormir en el espacio de un beso, entre las sombras de Fuyukawa. Adiós, palabras, adiós, conjuntos vacíos que han extraviado su correspondencia con el viento amable que una vez fuera esencia del todo y ahora son nada. Adiós.

1200.23.- Filigranas
¿Ves la sombra del árbol hecha de filigranas por la luz del sol recortada sobre el suelo? Pues así son las palabras que escribo, así los intrincados recovecos de la trama imaginada y plasmada sobre el papel.

1200.24.- Cuando el ocaso se despereza
Cuando el ocaso se despereza y el manto de niebla se tiende sobre el prado verde, los florales aqua’lyea y los alados y’nyques centelleantes salen de entre los pétalos de las flores y los troncos de los árboles y juguetean con las luciérnagas al son del murmullo del riachuelo.

1200.25.- El horror surge
Rayos destellando en el cielo borrascoso; truenos, uno tras otro en sucesión infinita, retumbando con indecible potencia hasta hacer retemblar el pavimento empapado por la incesante lluvia, resquebrajándolo, como queriendo perforar el suelo, alcanzar el infierno y dejar libre a la bestia. Era el ambiente propicio para mi estado de ánimo, sin duda. Atardecía, y allí estaba yo corriendo bajo la lluvia, desesperado, con el ansia rota, la mirada malherida y el corazón desgarrado.
Dicen que existe un lugar perdido de la mano de Dios, en lo profundo de un bosque negro, donde habitan monstruos, donde las sombras proclaman su reinado eterno. Pues allí preferiría estar y no experimentar la zozobra que atraviesa mi alma como espada lacerante. Pues, por muy horrible que sea, nunca será más terrible que lo que acabo de descubrir.
Trabajo en una prospección minera a las afueras de la ciudad. Tras una explosión –fortuita, quiero pensar– les vi surgiendo del infierno. Una legión de… ¡es tan horrible! Sólo pude salir corriendo. Pero me detuve. Tenía que avisar a la policía, a los bomberos, al ejército… Y, haciendo de tripas corazón, regresé a la puerta del abismo, y, enfocando la cámara de mi móvil, llamé a Emergencias y les mostré el horror por videollamada.

1200.26.- En busca de la libertad perdida
―¿Bandada lo llama usted?… curioso apelativo, comisionado; ¡válgame el cielo, si sólo ha sido un pequeño convoy con unos cuantos conciudadanos suyos en viaje de turismo! ¿Acaso su Gobierno no alienta el intercambio cultural y no promueve la libertad, y cito su último discurso en la sede de la Federación de Planetas Unidos, «con objeto de demostrar cuan equivocados están aquellos que acusan falsamente a mi insigne Gobierno de impedir a nuestros conciudadanos ejercer plenamente su derecho a la libertad de conciencia así como de movimientos con el resto de la galaxia»? –dijo el presidente de la FPU.
El comisionado, representante plenipotenciario del planeta Libertad ante la propia Federación, no pudo reprimir un gesto de disgusto al escuchar aquellas palabras, pues si bien es cierto que era de sobra sabido por todos la flagrante ausencia de democracia implantada por el recientemente impuesto gobierno despótico de aquel planeta –cuyo nombre original, E’hatkin, de grato recuerdo, fue oportunamente sustituido por el eufemístico de Libertad–, no era menos cierto que aquel ‘pequeño convoy’ fue de hecho una multitudinaria fuga de ciudadanos e’hatkinianos, auspiciada por la propia FPU, en busca de la libertad perdida, la verdadera y tradicional.

1200.27.- Los detalles importan
―¿Por qué tardaste tanto en terminar de escribir ese cuento?
―Porque me costó más tiempo decidir quitar una coma que lo que tardé en sí en escribir el cuento entero.

1200.28.- Aguinaldo el excelso
Aguinaldo (en om’shyniano antiguo Akinaldw, que significa ‘honor de Akin’) o Dádiva (en la mitología a’uskurniana) fue un héroe de la mitología tad’esca. Era hijo de Irys’c (emperador del planeta Ya’umi; uno de los inmortales) y de Ard’samis (reina mortal de los tres sistemas pentasolares os’tanianos). Llegó a formar parte del panteón terráqueo en el 10590 de la Era Nueva cuando la post-humanidad conquistó el planeta Tad’es (heredero cultural primero del planeta Om’shy y posteriormente de la eminente civilización del planeta A’uskurn) y formó parte del Conglomerado Planetario del cuadrante galáctico T’honon (también llamado ‘el de las setecientas nebulosas o’aldshyanas’). [Datos obtenidos de la Enciclopedia Galáctica T’honon, 835ª edición, del año 15152 de la Era Nueva]. De carácter férreo, a Aguinaldo se le atribuyen numerosas proezas de naturaleza portentosa, pero, sobre todo, es conocido y venerado por su valentía y arrojo sin igual al conseguir salvar in extremis de una muerte segura y trágica al primogénito del rey I’issroth, regente del sistema planetario Et’engo (de ahí que se le conozca como Aguinaldo el Excelso), al lanzarse al abismo de Rh’asath desde un resbalín.

1200.29.- Alcanzando la imposibilidad posible
―No existe ejercicio más estimulante –ni más peligroso, sin duda– que pensar en cinco palabras efímeras de imposibilidad inequívoca y ponerlas en práctica en la mañana precoz de un amanecer vehemente.
―Mas maese búho… si son imposibles… ¿cómo?…
―¿Dudas de mi sabiduría acaso, joven hurón?
―No, venerable maestro; insinúo un inconveniente, sólo eso.
―Escucha, aprendiz, y aprende, pues no hay frontera que no pueda ser cruzada ni imposibilidad que no sea posible.
―¿Y cómo se alcanza la habilidad específica que abre la puerta que conduce a la realidad innata donde se cumple tal milagro latente, maestro?
―Recuerda que los pasos son cortos y muchos los necesarios que hay que andar para avanzar poco en la senda; pero no se llegará al final con las manos vacías, pues la humildad del aprendiz se verá recompensada y la habilidad en ella cultivada obtendrá sus merecidos laureles.
―Sí, maestro.
―Y, ahora, sigue practicando, joven hurón; aún te faltan cincuenta flexiones invertidas… y no te ayudes con las manos.

1200.30.- El germen del mal
Vino de lo profundo, de lo insondable del cosmos, de un planeta innombrable incluso para los que lo conocían. Huía de una guerra originada entre los suyos; de un enfrentamiento fratricida que había convertido su hogar en un infierno. Resultaba paradójico cómo en un cuadrante galáctico como aquel, poblado por civilizaciones pacíficas y sabias, había surgido una especie como la suya, tan sanguinaria, tan depravada… Y lo peor es que, con el tiempo, el germen del odio se extendió a otros planetas. Él, sin embargo, no era como ellos. Afortunadamente. Él no. Por eso, al darse cuenta de que el mal se extendía como un virus sin visos de ser vencido, decidió escapar; no quería ser testigo de cómo el mal destrozaba irremediablemente a gentes buenas. ¿Era aquel, acaso, el destino del universo? Por eso, cuando llegó a la Tierra creyó encontrar un paraíso. Y allí hizo su hogar. Un día, sin embargo, la guerra y la destrucción hicieron también acto de presencia en aquel pequeño planeta azul, y comprendió la verdad y constató que el germen de la desolación era connatural a la vida. Por eso lloró, lloró amargamente, y, en busca de la paz que debía existir en algún lugar –sin llegar a comprender que él era el portador de germen del mal–, volvió a darse a la fuga.

1200.31.- Sólo pesadillas
El pueblo tembló; y la gente, asustada, corrió a protegerse.
―¡Corra, abuelo, corra! –le gritó un vecino.
―No, hasta dentro de 300 años no se vuelve a despertar el gigante –le respondió sentado a la puerta del bar–; lo de hoy sólo son pesadillas que tiene.

1200.32.- El peluquero
―¿Liebre para desayunar?, desde luego que es usted un extravagante, don Nikolay –le dice el peluquero mientras le rasura la nuca con la navaja.
―¡No crea, don Jaime… en su salsa y con un vasito de moscatel es un soberbio estimulante, pruébelo! –le contesta don Nikolay soltando una carcajada, recostado en la butaca de una de las salas de la embajada.
Don Jaime Salvatierra es un afamado peluquero de Madrid. Es educado, de carácter tímido y muy reservado, en quien se puede confiar, por eso se ha ganado la confianza de don Nikolay Lébedev, el embajador ruso, y ha sido elegido como su peluquero personal teniendo acceso a las dependencias privadas de la embajada. Su prestigio alcanza a las más altas esferas sociales, económicas y políticas del país, y quien se considere alguien en el panorama VIP es cliente suyo. Don Jaime tiene la agenda llena y cada día recorre mansiones, embajadas y periódicos y allí charla de todo un poco con sus anfitriones y se entera de cosas y consigue información sensible de alto secreto que de otro modo sería imposible obtener, y todo ello luego se lo transmite a quien le reclutó para ser espía. Hoy, por ejemplo, ha dejado disimuladamente en un cajón de la embajada rusa unos nanomicrófonos ocultos en unos bolígrafos.

1200.33.- Miedo verde
―…pizza…
―Perdona… ¿decías?
―Que esta noche he soñado que me comía una pizza.
―¿De qué?
―No lo recuerdo, pero volaba en un dirigible rumbo a Marte.
―¿Y por qué?
―No lo sé, era un sueño.
―¿Y llegaste?
―Eso creo, recuerdo pisar suelo y decir algo como que «he recuperado mi vida de antaño; ahora, ya de muerto», o algo así.
―¿Llegaste muerto?
―No, claro que no, ¡qué cosas tienes!
―Entonces ¿a qué vino eso?
―¿Qué quieres?, es lo que soñé.
―¿Y qué tal en Marte?
―Vi a un marciano.
―¡Hostia!, ¿y te habló?
―Pues sí, y en español.
―Sería políglota; ahora el español está muy de moda, dicen. ¿Y qué te dijo?
―Me miró con sus tres ojos…
―¡No fastidies!, ¿tres ojos?
―Sí, tres, ¿pasa algo?
―No, nada, perdona; continúa.
―Me miró con sus tres ojos… y con voz de barítono me dijo: «sólo en el escribir sosegado se alcanza la perfección vehemente».
―¿No sería al revés? No sé, me suena mejor al revés.
―Pues no, lo dijo como te lo he dicho.
―Mola.
―Pues me asusté.
―¿Era feo?, ¿tenía brazopiernas?, ¿se le veía el cerebro como en Mars Attacks!?
―No… pero no era rojo.
―¿Y por qué tenía que ser rojo?
―Hombre, como Marte es el planeta rojo…
―¡Bobadas! Bueno, ¿y por qué te asustaste?
―No lo sé, entonces desperté; pero como en las pelis de miedo el monstruo siempre es verde…

1200.34.- Un trabajo con vistas
―¿Qué tal es tu trabajo?
―No está mal. Lo mejor son las vistas –le respondió el astronauta.

[FIN]

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Haiku 1800 – 1804

Etiquetas

Haiku 1800 – 1804

–1800–

Ya no se ven
abejas en las flores;
llueve en otoño.

Ya no se ven abejas en las flores; llueve en otoño.

–1801–

De norte a sur
una gaviota vuela;
el cielo gris.

De norte a sur una gaviota vuela; el cielo gris.

–1802–

Rayos y truenos
retumban en la noche;
llueve en otoño.

Rayos y truenos retumban en la noche; llueve en otoño.

–1803–

Llega el otoño;
el suelo se recubre
de hojas de ginkgo.

Llega el otoño; el suelo se recubre de hojas de ginkgo.

–1804–

El árbol verde
se ha quedado sin hojas;
suelo alfombrado.

El árbol verde se ha quedado sin hojas; suelo alfombrado.

Luis J. Goróstegui
#haiku

Csi 1199: Quiero verte, ¿sabes?, quiero verte

Etiquetas

[1199]

1199. Quiero verte, ¿sabes?, quiero verte

Quiero verte, ¿sabes?, quiero verte, por eso te hablo y derrito tu ausencia en esta noche extraña; y es que estoy netamente herido al quererte. En ocasiones escribo –¡y con una espada láser en ristre!– cosas del corazón sangrante; seguro que algún día incluso conseguiré afilar mi fuego con un sacapuntas cuántico; o puede que me olvide, no sé, como olvidé cómo florecer. Quiero convocar a la primavera hasta que la rosa se abra azul en la noche blanca. Olvídate, amor, del satélite que me dejó ir y me convirtió en una estrella, pues el agua del chōzuya es fulminada por la fría piedra azul celeste. Sí, así es. ¿Pido imposibles?, puede, pero sólo quiero dormir ligero a tu lado brillando intensamente. Eternamente. Estoy confundido frente al espejo esta mañana porque no hay afuera como atributo. Despierto. Disperso el ramo en la superficie del lago lo más lejos posible de las ondas. ¡Allá va refulgente, cual astro!, pues el cielo y el mar azul también son un solo fuego en forma de estrella; y la luz y la oscuridad, en un pequeño corazón inerte, es un sueño cambiante. ¡Wow, me hiciste dividir por cero!, ¿no es cierto?, lo percibo, pues la sensación de pasar –después de la medianoche– del cielo al cielo es como sostener en carne viva un fuego enterrado. Eres una hermosa voz cantante que baila detrás de la escena pública.
He encontrado trazos rotos que antaño escribí en pinceladas deshilvanadas. Mirad –leed– el cielo de verano, sus grandes flores que invitan a las lágrimas en un azul nublado como la superficie del agua. Llueve. Pero no puedo moverme de aquí. Nadie necesita un día como éste –al Este– y la lluvia simplemente me moja. Nadie se dará cuenta… Oh, perdona, sólo tú lo notarás. Para mí que es tan inútil… «Mamá, el tendedero parece estar solo», dice el niño. «No comas arroz tan temprano», le dice su madre. El perfil del viento acariciando la hortensia descolorida. El olor residual del verano. «Moriré antes de los sesenta», me dice el viento en lenguaje olvidado. Escucho su traducción y me sorprende. Según el veredicto se decidió que la cantidad de latidos que golpearon en mi vida será de dos mil millones de veces, y que la esperanza de vida calculada tomando el pulso de anoche será de cincuenta y ocho coma cinco cuatro uno uno cinco cuatro cuatro. «Voy a vivir mucho, así que moriré primero» «¿Estás seguro?» «Sí», añade el eco. «¿Estás hablando de la propuesta de ayer?» «Ja, ja, ja». Justo aquí el obturador parpadea y el reloj se detiene, aunque no estoy en la imagen. En el fondo del agua limpia, profunda y profunda… «Levántate», me susurra amablemente el mar y siento como si estuviera mirando hacia arriba, fuera de la superficie del agua. Sólo estoy mirando hacia arriba. Años, décadas. No hagas mil pequeños movimientos, haz uno para siempre. Muy tranquilo, todo está lejos. Algo como eso… La punta de la manzana enrollada… Tú. Colmillos de troyanos, pasadizos estrechos, veneno. Garras y orejas de conejo reforzadas. El hierro de la moto que guardé. La noche. Huellas de neumáticos y huesos que se compartieron. Los bordes y los arañazos de las gafas. Elefantes. La frente tranquila adornada con una dalia. «¡Aaaooo!», canta el alba. El brillo y la oscuridad de una serie de telas como banda sonora de una vida.
Quiero cambiar, pero lo odio, y no puedo atar mi pasado pues es fiera rugiente. Indomado. Me abrazas en una noche cálida como la piel primaveral del sakura que ya ha florecido. Alguien dijo que el ácido carbónico es un detonador sentimental. Evocador. Y es que soy débil; así que, si sales en mi sueño y me aprietas, lloraré. Por eso «dichosos» –dijo la escritora*– «los que pueden amar y odiar sin disimulos, sin vacilaciones, sin matices».

[* Irene Némirovsky (Suite Francesa)]

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Csi 1198: Conflicto diplomático

Etiquetas

[1198]

1198. Conflicto diplomático

―¡Abuelo, cuéntanos cómo son los aliens!
Sus dos nietas gemelas, Riäl y Äthi, se arremolinaron a su lado riendo y gritando de expectación. El abuelo Otonë las miró complacido.
―¡No os colguéis de mí que me vais a tirar! –les dijo mientras se desembarazaba de ellas–; además, quien les ha visto en persona ha sido vuestro padre, yo sólo he visto holografías. Pero sí os diré que… ¡son tan distintos a nosotros!, ¡tan extraños!, ¡tan…! Cuando llegaron les hicimos pasar la cuarentena en una de las deshabitadas islas del archipiélago Quä’b… Sus dos ojos… ¡Ënm, cuéntaselo tú!…
―¿Es verdad, papá?, ¿cómo son?
―El abuelo dice bien: tienen sólo dos ojos, dos brazos y dos piernas, pero ningún tentáculo, y se comportan raro, es cierto, pero no parecen peligrosos. Algunos tienen pelo en la cara, bajo la nariz –bigote, lo llaman–, y con el tiempo les crece pelo por toda la cara, y, aunque se lo corten, les vuelve a crecer, ¡increíble! Tienen la piel carnosa, ¡y no es verde! Llegaron en dos enormes y extrañas naves. Dicen que huyeron de su planeta porque estaban en guerra, o algo así; y son unos cinco mil, aunque se reproducen rápidos. Ah, llaman a su planeta Tierra y ellos se autodenominan humanos. En las naves traían vacas, ovejas… cabras… gallinas, gallos, alguna liebre… así les llaman; según ellos es para tener comida fresca a bordo –¿os lo imagináis?, ¡comida fresca!–; y plantas –también tienen nombres raros: rosa, tulipán, seta, champiñón, aguinaldo, y… dejadme que busque… drosera capensis, creo que lo llaman… y lechuga, coliflor… y otras por el estilo–. Escriben –por llamarlo de algún modo– sobre un material fino y flexible –papel, lo llaman– con unos objetos puntiagudos –bolígrafos– que manchan; y en otros lugares que no manchan –placa madre, matriz neuronal, ordenador–, pero aún no sabemos qué son. Además de agua, como nosotros, beben alcohol procesado, cerveza y vino, dicen; aún estamos analizándolos. Hablan un idioma muy raro, lleno de trabalenguas, y nos costó casi un año idear un incipiente traductor para poder medio entenderles. Para darse a la fuga de su planeta usaron un resbalín ígneo, nos han asegurado –no, no me preguntéis, hijas, aún estamos intentando comprenderlo nosotros también–. Parecen encantados de mostrarnos sus cosas, incluso nos han enseñado cómo hacer una pizza suya –para comer, ¿sabéis?–, pero nuestro cocinero no lo ve claro, por ser benévolos con los aliens. Y tocan instrumentos –en eso, al menos, coinciden con nosotros–, pero son instrumentos muy raros: la guitarra, por ejemplo; y a quien la toca le llaman guitarrista… ¡están locos, sin duda! Precisamente este fin de semana, coincidiendo con el cuarto aniversario de su llegada, hay previsto un encuentro diplomático con ellos en donde…
En eso sonó el teléfono de la línea fija de la casa. Ënm atendió la llamada. Riäl y Äthi regresaron con su abuelo que les empezó a contar cosas sobrecogedoras de los humanos. A Ënm se le veía preocupado, escuchaba pero no decía una palabra. Al otro extremo de la línea le hablaba su jefe, E’quënal, el recientemente elegido embajador de todo el planeta Einäi ante los aliens.
―…sí, te lo digo muy en serio, Ënm, me temo que va a ser imposible todo entendimiento con esos bichos. Los humanos tiene la obscena costumbre de cerrar los acuerdos con un apretón de manos, ¡eso no es decente!; y se niegan a firmar ningún acuerdo con nosotros mediante nuestro rito de conformidad, el sacrosanto e irrenunciable Daäldreëb; dicen que ellos nunca meterán su lengua en nuestro chrïl. ¡Eso es inaceptable!
Cuando Ënm colgó el teléfono anduvo taciturno por la casa. Su esposa, Queëz, se le acercó temiéndose lo peor.
―¿Qué ha pasado, Ënm? –le pregunto el abuelo.
―Problemas, Otonë. Se ha cancelado el concilio con los humanos hasta nuevo aviso.
Queëz gruñó. Ënm sabía sin necesidad de hablar lo que ella estaba pensando: «¡Si ya te lo dije!…; ¿lo ves?, primero que sí, luego que no, ¿te lo dije o no?; ¿qué se podía esperar de unos bichos como esos humanos?; ¿y quién se empeñó en entablar lazos diplomáticos con ellos?… ¿Y ahora qué hacemos?, ¡ya no podemos volver a reservar billete para ir al asteroide Bänl!… ¡y era nuestro aniversario de boda!…». Ënm le contestó con un gesto: «¡Pero, Queëz!, ¿qué culpa tengo yo?, ¡la reunión era una orden de arriba!». Sí, se leían el pensamiento; la telepatía tiene estas cosas.
―Lo siento, Riäl, Äthi, pero ya no hay reunión con los aliens –les dijo su padre.
Las gemelas se cogieron un berrinche.
―¡Pero, papá, yo quería ver a los aliens; jo, me lo prometiste! –le gritó Riäl.
―¡No, me lo prometió a mí! –gritó Äthi.
―¡Bueno, bueno, no os peleéis!… ¡Äthi, no le tires de los tentáculos a tu hermana!… ¡Riäl!… Además no tenéis motivo para quejaros, hijas, ayer mismo os llevamos al zoo.
―¡Pero no hay ningún humano en el zoo, papá!
―Tampoco os perdéis nada, hijas, son las criaturas más horrendas de la galaxia.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Haiku 1795 – 1799

Etiquetas

Haiku 1795 – 1799

–1795–

Un caracol
cuando llega la lluvia
alza los ojos.

Un caracol cuando llega la lluvia alza los ojos.

–1796–

El viento arrastra
las nubes en otoño;
caen las hojas.

El viento arrastra las nubes en otoño; caen las hojas.

–1797–

La fronda verde
se vuelve anaranjada
aunque no cae.

La fronda verde se vuelve anaranjada aunque no cae.

–1798–

El perro ladra
al ver caer las hojas;
el viento sopla.

El perro ladra al ver caer las hojas; el viento sopla.

–1799–

El viento deja
sin hojas a los árboles;
¡mira, una allí!

El viento deja sin hojas a los árboles; ¡mira, una allí!

Luis J. Goróstegui
#haiku

Csi 1197: De guerra y paz

Etiquetas

[1197]

1197. De guerra y paz

Yo nací predestinado a ser carne de presidio, lo admito, y, sin embargo, acabé siendo galardonado; ¿tuve suerte?, no lo sé, no creo en la suerte, prefiero pensar, en todo caso, en que la Divina Providencia tenía previsto que mi vida discurriera por otros… derroteros.

«A todas las unidades, a todas las unidades: cierren todos los accesos; sospechoso huyendo por vía 35 perdiéndose entre la población; va armado. Orden de captura… vivo o muerto. Preciso recuperar matriz robado. A todas las unidades…»
―¿Dónde estabas?… ¿Lo has conseguido?
―Sí, aquí está; unos agentes me han entretenido más de la cuenta –le dije, aún resoplando por la carrera, mostrándole la matriz cartográfica.
―¡Jo, tío, eres la hostia!

Hacía ya cinco años que el Sumo Gobernante Ray’dan había alcanzado el poder en el planeta Om’mos –mi hogar– dando un golpe de estado, y el consiguiente alzamiento popular que provocó su tiránico gobierno no tenía visos de alcanzar el noble objetivo de restablecer la democracia perdida. «Necesitan una ayuda», pensé. Por eso acabé apuntándome a la resistencia –sin duda la Divina Providencia, que intervenía en mi vida–. No es que sea un valiente, es que odio la tiranía. Me llamo Nowa y soy lo que se podría llamar un freelance del contrabando espacial, un mercenario, un mercader… bueno, lo era hasta que me metí en asuntos más… «trascendentes para la estabilidad de la galaxia», como diría quien yo me sé. Lo cierto es que el tal Ray’dan es un tipejo de lo peorcito: déspota, arrogante, egoísta, soberbio, corrupto, un mala pieza… y así podría seguir hasta el infinito. Debe tener algún trauma que arrastra desde su infancia porque, si no, no se explica; y, naturalmente, tiene su propio ejército –impresionante, la verdad–, por eso está donde está, porque físicamente no tiene ni medio sopapo. Bueno, a lo que iba. Había llegado la hora de poner en marcha la ofensiva definitiva. No se podía esperar más tiempo. Teníamos que conocer la ubicación de sus instalaciones estratégicas, por dónde acceder a ellas y qué dispositivos neutralizar y cómo, y, para eso, era imprescindible entrar en su cuartel general y hacernos con la información de su matriz cartográfica.

La misión no fue un simple veni, vidi, vici*, desde luego, y costó lo suyo –incluyendo vidas de valientes compañeros de armas–, y, a pesar de los inesperados obstáculos que tuvimos que solventar, sin duda la mayor sorpresa estuvo en que fuera yo quien lograra hacerse con el preciado objeto –de nuevo, la Divina Providencia–. Yo sólo era un peón más en esa compleja maquinaria bélica, pero las cosas vienen como vienen sin saber el porqué o el porqué no y, tras escabullirme de unos soldados enemigos que nos disparaban a matar, acabé dándome de bruces con la matriz cartográfica. Tuve que desencriptar la clave de acceso, claro está, pero, dada mi experiencia en tales asuntos, lo conseguí en pocos minutos –de algo me tenía que servir mi habilidad como contrabandista–. El caso es que, a los pocos días, fui uno de los galardonados por el éxito de la misión. Sin duda fue un gran paso en nuestra estrategia de cara a derribar al despótico Ray’dan y a mí me hizo ganar puntos en mi reciente relación con la teniente A’era –recordáis a ‘quien yo me sé’, ¿verdad?–. Y en esas estamos: la guerra avanza bien, me han ascendido a Jefe de Comando y el Sumo Gobernante Ray’dan empieza a notar la presión. Si todo sigue igual pronto gritaremos ¡victoria! Así están las cosas. Pero… ¿mi vida discurre por derroteros insospechados –la Divina Providencia lo sabe, quizá– y yo sólo puedo dejarme guiar?; no lo sé, aunque, como me ha dicho A’era en alguna ocasión, «ya lo dijo un hombre sabio: “se nace siempre bajo el signo equivocado y vivir con dignidad significa corregir día a día el propio horóscopo”».

[* Veni, vidi, vici: Vine, vi, vencí]

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Csi 1196: De procedencia desconocida

Etiquetas

[1196]

1196. De procedencia desconocida

―¡Marta… Alfredo, Ana, Juan!… ¿dónde estáis?… ¡Ainhoa, Ester, Pedro!… ¡vamos… si es una broma no le veo la gracia, y lo digo en serio!… ¿dónde estáis?…

«…Sintonizan Radio Resistencia. Son las 11:45 horas. Boletín de urgencia: Atención. La Tierra ha sido invadida por extraterrestres. Repetimos: la Tierra ha sido invadida por extraterrestres. Ayer noche, alrededor de las 23:30, hora española, diversos observatorios astronómicos a lo largo y ancho del planeta detectaron la entrada en la atmósfera terrestre de una batería de naves espaciales de procedencia desconocida. Las naves de guerra alienígenas –suponemos que se trata de la primera ola de una más que previsible futura invasión a escala global– se dispersaron por todo el planeta y atacaron sin previo aviso las grandes ciudades provocando a su paso el caos y la destrucción. Bajo el mando de la ONU, una fuerza multinacional aeroterrestre se está desplegando en orden de ataque con el fin de contrarrestar la ofensiva enemiga. Se conmina a la población civil a que busquen refugio seguro en sus casas o en los distintos bunkers habilitados. Permanezcan fuera del alcance de esos seres y, sobre todo, no les miren a los ojos; repetimos: no miren a los ojos a los alienígenas, pues, al igual que en la mitología griega Medusa convertía en piedra a aquellos que la miraban fijamente a los ojos, los alienígenas, según informes del Alto Mando, consiguen abducir la psique a sus víctimas convirtiendo a quien les miran en uno de los suyos. Al parecer las personas abducidos mantienen su apariencia humana pero adquieren una extraña forma de andar, cojeando de la pierna izquierda, y, aun a falta de un informe oficial que lo ratifique, al hablar, arrastran las erres y las eses. Seguiremos informando. Resistiremos.»

―Son las 12:07. Sábado. Me llamo Alejandro. Soy ciego y estoy solo. Acabo de escuchar el boletín de urgencia de la emisora Radio Resistencia y no salgo de mi asombro. Estoy registrando esto en mi móvil para que quede constancia por si me pasara algo y muriera. Miro al cielo… ¡y pensar que entre las estrellas amigas, por así decir, también las hay… asesinas!… Pero me estoy yendo por las ramas… Vinimos –mi esposa Marta y yo; mis hermanas Ana y Ester con sus esposos Juan y Pedro; y un matrimonio amigo: Ainhoa y su esposo Alfredo– a pasar el fin de semana a la cabaña que tienen Ester y Pedro a las afueras de la ciudad, en medio de ningún sitio en las montañas. Llegamos ayer tarde… Estoy tan nervioso que me cuesta hasta pensar… Llegamos ayer tarde y, tras la cena –yo sólo cené unos tomates con queso–, salimos al jardín a celebrar… no sé… simplemente a pasar un buen rato, charlar y ver las estrellas. Un par de rayos cayeron lejos. Yo estaba cansado de toda la semana en la oficina, aguantando carros y carretas, así que me fui temprano a dormir. Los demás se quedaron en el jardín. Mientras me dormía les pude escuchar hablar y reírse. Me puse unos tapones en los oídos para silenciar el runrún de fondo. Al despertar esta mañana no he encontrado a nadie. He recorrido toda la cabaña y todas sus cosas parecen estar en su lugar, incluso los vehículos están en el garaje –unos modelos de lo más tradicional aunque muy fiables, tengo que decir–. He estado un buen rato gritando sus nombres pero nada. Con eso de que soy ciego a veces me gastan bromas y se esconden, y al principio no me preocupé –sobre todo mi hermana Ana… ya estoy acostumbrado a su… camuflaje camaleónico–; luego les llamé al móvil, pero no contestaron. Algo les ha pasado y tengo miedo. La bandada de aliens debe haber destruido las comunicaciones pues he hecho una videollamada a la policía pero no va ni siquiera la línea para emergencias. He puesto la radio y ha sido cuando me he enterado de la invasión. ¡Dios, ampáranos! Resulta increíble… y además eso de que controlan las mentes con la mirada… El hecho de que sea ciego me protege, creo… pero ahora que lo pienso puede que sea peor: si descubren que soy ciego y que no pueden abducirme con la mirada… me matarán… Pero… Oigo ruidos… Qué raro, parecen una psicofonía. Alguien se acerca… Sí, parece… ¡Uf, menos mal, son ellos!… No debía haberme preocupado tanto… ¡Hola, hola, estoy en la cocina!… ¿dónde demonios estabais?, os he estado llamando… ¡menudo susto me habéis dado!… NO DEBÍAS HABERTE ASUSTADO, ALEJANDRO, NOS HABÍAMOS ACERCADO AL PUEBLO MÁS CERCANO A COMPRAR ALGO PARA EL DESAYUNO… ¿Por qué no me habéis contestado al móvil?… YA SABES LO QUE SON ESAS COSAS, POR AQUÍ LA COBERTURA VA COMO QUIERE… ¿Habéis oído las noticias?, ¡nos han invadido los aliens!… ¿LOS ALIENS?, BROMEAS… ¡No, es cierto, lo han dicho por la radio!… Dicen que abducen a las personas y que los abducidos cojean de la pierna izquierda y arrastran las erres y las eses al hablar… ¡NO DIGAS TONTERÍAS!… ¡Que sí!… BUENO, DÉJALO YA, AL MENOS A NOSOTROS NO NOS HAN ABDUCIDO… DESPUÉS DE TODO ESO NO DEBE SER CIERTO… HABLAMOS BIEN, ¿VES?… BROMAS APARTE, ¿EH?… SIN ARRASTRAR LAS ERRES NI LAS ESES, JA, JA, JA… ANDA, VAMOS A PREPARAR LA COMIDA, HEMOS TRAÍDO UNOS QUESOS, UNOS CHORIZOS Y UNAS CHULETAS PARA HACER A LA BRASA. ¿Estáis acatarrados?, os oigo hablar como con un tonillo raro… ¡BAH, IMAGINACIONES TUYAS, HERMANITO!

Y Alejandro, desechando locas ideas de alienígenas y abducciones, les acompaña confiado… sin percatarse, claro está, pues es ciego, de que sus acompañantes –los siete– cojean de la pierna izquierda.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Haiku 1790 – 1794

Etiquetas

Haiku 1790 – 1794

–1790–

La nieve blanca;
las huellas escondidas
bajo la nieve.

La nieve blanca; las huellas escondidas bajo la nieve.

–1791–

Por donde cae
la nieve abren camino
huellas recientes.

Por donde cae la nieve abren camino huellas recientes.

–1792–

Entre las ramas
se acicalan los pájaros;
lluvia en otoño.

Entre las ramas se acicalan los pájaros; lluvia en otoño.

–1793–

La niebla cubre
los bajos de los árboles;
noviembre frío.

La niebla cubre los bajos de los árboles; noviembre frío.

–1794–

El cierzo nunca
llega tarde en otoño
y trae lluvias.

El cierzo nunca llega tarde en otoño y trae lluvias.

Luis J. Goróstegui
#haiku

Csi 1195: El presidente

Etiquetas

[1195]

1195. El presidente

Cuando gané las elecciones a la Presidencia del Gobierno muchos de mis antiguos compañeros del colegio se preguntaban –lo sé, les podía leer el pensamiento– cómo alguien retraído y mal estudiante, como había sido yo, pude haber llegado a tanto en tan poco tiempo. Yo sí lo sabía, claro, y, mientras esperaba a salir al balcón para recibir el aplauso de mis votantes y admiradores, aquellos últimos años se me pasaron por la mente en fugaz flashback.
En lo profundo del espacio explotó una estrella y su onda expansiva fue destruyendo lo que encontraba a su paso: planetas, otras estrellas e infinidad de objetos estelares de menor tamaño; entre ellos un pequeño planetoide habitado por una especie inteligente neuronanométrica –los Slaag, se hacían llamar– de naturaleza mente-colmena-parasitaria. Los restos de aquel planetoide alcanzaron la Tierra como nube de meteoritos y, los que consiguieron atravesar la atmósfera, se estrellaron en un bosque, a las afueras de una pequeña ciudad costera, una mañana soleada de mayo. Allí había nacido yo. Por aquel entonces tenía apenas veinte años y malestudiaba unos cursillos de gestión administrativa. Lo cierto es que, tras abandonar prematuramente los estudios –nunca se me habían dado bien–, estaba sin oficio ni beneficio; y había sido idea de mis padres lo de apuntarme a aquellos cursillos.
A la mañana siguiente de aquella mañana soleada de mayo hice pellas y me fui al bosque con unos amigos a buscar los meteoritos; «¡seguro que valen una pasta!», suponíamos. Allí me picó algo al apoyar la mano en unos matorrales. Pensé que serian unos cardos o algunas avispas o algo así, pero al fijarme en aquello no supe identificarlo: era como… no sé, como una masa informe de partículas tornasoladas y viscosas del tamaño de una rata. La aplasté con el pie y me olvidé de ella. Estuve tres días con fiebre y sudores. Luego se me pasó, pero ya no era el mismo. Ni muchísimo menos. Todo lo retraído que había sido antes se transformó en audacia y decisión; todo lo estúpido, en inteligente; todo lo incapaz, en experimentado; todo lo honrado… Era otro, sin duda, sobre todo por aquella voz interior que me decía lo que tenía que hacer e incluso me impulsaba a hacerlo.
―¿Eres mi conciencia? –le pregunté.
―No, soy Slaag –me contestó.
Y supe quienes eran: «Procedemos de lo profundo del espacio-tiempo. Somos muchos pero somos uno. Pensamos como uno pero actuamos como muchos. Ahora somos tú pues necesitamos un huésped para sobrevivir», me transmitió mentalmente. Y lo que me ofreció no pude… o no quise rechazarlo. Y desde entonces soy él y él soy yo y yo soy ellos y ellos soy yo, no sé, es difícil explicarlo. El caso es que mi vida cambió tanto y en tan poco tiempo que apenas siete años después había ganado las elecciones a la Presidencia del Gobierno. El candidato más joven desde la instauración de la democracia.
Y esa es mi historia y ya llevo unos meses como presidente, ¡cómo pasa el tiempo! Es cierto que dicen –los políticos de la oposición, algunos medios, pero también algunos líderes de mi propio partido– que a veces actúo de forma deshonesta, incluso que soy amoral y corrupto y que sólo busco el poder, y es cierto, pero en mi descargo diré también que no todo es culpa mía, que también está Slaag. Así que aquí estoy, andando por ahí, gobernando un país y con influencia sobre medio mundo, con otra persona dentro de mí.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Csi 1194: Un nuevo mundo

Etiquetas

[1194]

1194. Un nuevo mundo

Una noche oscura y fría de invierno inunda la ciudad. Las fábricas –estén automatizadas o no– mantienen ininterrumpidamente su frenética actividad productiva de baja calidad. Los comercios 24horas colman las calles con la sagrada misión de satisfacer el irrefrenable deseo consumista de la población –deseo implantado, promovido y alentado en la nueva sociedad (a base de drogas, cursos de reeducación y sanciones) por orden de las autoridades con la sacrosanta finalidad de construir la nueva humanidad–. Todas aquellas personas no asignadas a algún turno laboral de noche cumplen con las cinco horas de sueño REM decretadas para su bien. Quien no obedece es castigado. Quien obedece es recompensado con doble ración de alimentos y drogas.
Alguien llama. Los tremendos golpes en la puerta despiertan a Alicia de un sobresalto. Mira el despertador. Son las tres de la madrugada. No, no ha sonado su alarma. «Aún no es mi turno de trabajo, ¿quién será?», se dice medio aturdida a causa de la dosis de hipnóticos que se tomó para que le ayudaran a biendormir. Un temblor le sacude el cuerpo. ¿Será que le ha pasado algo a su hija Ainhoa? Se había ido a una fiesta con una amiga y pasaría la noche en su casa. Con el miedo en el cuerpo salta de la cama y corre a la puerta. La abre pero no hay nadie; sólo una caja de cartón a sus pies. En el silencio nocturno escucha un leve gimoteo que hace temblequear aquella caja gris. Al abrirla ve un bebé dentro, desnudo y envuelto en un trapo; por su aspecto apenas tiene unas horas de vida. Hay también una nota. Coge la caja pero aún con los nervios a flor de piel sólo se fija en unas pocas palabras escritas en la nota que dicen: «…el padre es tu marido…».
Alicia mira a un lado y a otro pero no ve a nadie; la calle está solitaria. Ya algo más tranquila entra en casa y cierra la puerta. «¿Y tú quién eres, pequeñín?», le dice al bebé haciéndole arrumacos. Y entonces se percata. «No… no puede ser», se dice entre sorprendida y espantada. «A no ser que…», piensa, y, mientras le prepara al niño un poco de leche tibia, se pone a leer con detenimiento la nota.
Alicia y Eduardo, su marido, viven en un pequeño chalé en un barrio periférico de la ciudad. Es una casa algo vieja de paredes color turrón blando de almendra y está colindante a una ruidosa fábrica de barriles y envases. Ella es historietista para un periódico local y gana un porcentaje de la tirada mensual; él es comercial de implantes genéticos y casi siempre está viajando. No es que ganen mucho, pero les da para vivir y aún les sobra para tener unos ahorros, por eso habían pensado en invertir algo en aquello. Al fin y al cabo a ambos se les da bien cuidar niños –casi se podía decir que tenían un don–, y eso no es algo que abunde últimamente, ellos lo saben; no es tan difícil hilvanar dos más dos. De eso hace ya casi nueve meses. Por eso fueron a El Buen Doctor Aragonés, una clínica especializada. Tuvieron que pedir un permiso al ministerio, y rellenar un mar de impresos, es verdad, pero aún estaban dentro de la cuota. Se pasaron tres días enteros dándole al teclado del ordenador rellenando informes. Luego escribieron una alegre partitura –a Eduardo se le daba bien componer música– para celebrarlo cuando llegara el día.
Tras beberse la leche el niño se ha quedado dormido, pero Alicia ya no tiene sueño y sigue nerviosa. Necesita contárselo a alguien y llama a una amiga que sabe que tiene turno de noche.
―Sí, Hanna, lo que te cuento… ¡un niño!… No, Eduardo aún no lo sabe… no, no puedo hablar con él, aún tardará una hora en llegar; según el plan de vuelo ahora debe estar en la cara oculta de Saturno, sí… Saturno, por eso no van las comunicaciones. ¡Menuda sorpresa se va a llevar!… No, es que lo esperábamos para dentro de una semana… Sí, sí, se ha adelantado. Sí, muy felices. Incluso Ainhoa está impaciente. Va a ser toda una sorpresa, sí… También lo ha sido para mí, no creas… Sí, claro que pedimos permiso, no somos ningunos subversivos, ja, ja, ja… pero no hubo ningún problema, ya sabes que la cuota por pareja está en dos hijos… Sí, debía ser horroroso, no me lo puedo ni imaginar, querida… Los antiguos eran muy raritos, sí, ¡mira que copular para tener hijos!… Naturalmente, ahora con las técnicas exouterinas modernas todo es más sencillo y aséptico… Claro, querida, claro. Escucha, escucha, es la nota que venía con el bebé; dice así: «Según normativa 103.55, apartado 7bis, del reglamento de reproducción exouterina G934/3021, te hacemos entrega del ser humano X947 solicitado. Por la presente te confirmamos legalmente que la madre eres tú y que el padre es tu marido. Atentamente, el Ministerio de Salud Pública.»… ¡No te parece maravilloso!… Espera, están llamando a la puerta, debe ser Eduardo… Te dejo… Sí, luego hablamos…
Son tiempos de irremediable y estricta asepsia, de confortable reproducción artificial asexuada exouterina y de férrea reeducación social. Estamos en pleno siglo XXIX y los Nuevos Planes Reeducativos ideados por Los Superiores están inmersos en una ciclópea tarea: reestructurar la humanidad para construir un nuevo mundo más feliz.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Haiku 1785 – 1789

Etiquetas

Haiku 1785 – 1789

–1785–

Tres flores blancas;
una, una mariposa
con alas blancas.

Tres flores blancas; una, una mariposa con alas blancas.

–1786–

Duerme el anciano
bajo el cerezo en flor;
aroma dulce.

Duerme el anciano bajo el cerezo en flor; aroma dulce.

–1787–

Llega el otoño;
se vuelven amarillas
las hojas verdes.

Llega el otoño; se vuelven amarillas las hojas verdes.

–1788–

Senda otoñal;
por entre árboles viejos
camina el viejo.

Senda otoñal; por entre árboles viejos camina el viejo.

–1789–

Mar otoñal;
entre las olas altas
van las gaviotas.

Mar otoñal; entre las olas altas van las gaviotas.

Luis J. Goróstegui
#haiku

Csi 1193: Un berrinche

Etiquetas

[1193]

1193. Un berrinche

Hilvanar palabra tras palabra ad infinitum quizá sea una exageración, lo admito, pero mientras escuchaba su interminable perorata me parecía estar dando vuelvas y vuelvas en una de esas norias de antaño sin poder salir de ella. Y no es que le recrimine nada a la pobre señora, Dios me libre de tamaña injusticia, a ella se la veía sinceramente preocupada, no, la culpa la tenía la jaqueca que aún conservaba yo de aquella mañana, consecuencia del caso anterior y que no terminó… bien, digamos, pero me estoy yendo por las ramas. Me centraré.
La señora llegó al atardecer y nada más verme comenzó a hablar sin parar ni dejarme a mí intervenir. No tuve más remedio que cortarla, claro. Debía tener unos treinta y tantos y vestía una de esas insoportables mezcolanzas –al menos para mí– que tan de moda estaban últimamente: en esta ocasión un vestido posmoderno de licra inteligente de color indefinido, botas militares con plataforma a juego con una capa de piel sintética de oso polar, y ambientadas, se suponía, en la guerra de Crimea del siglo XIX. Todo muy chic, también se suponía. Dicen que vivimos en la mejor época de la historia, pero os aseguro que este siglo XXXI difiere, y mucho, de cómo lo imaginaron los antiguos del XXI. Bien, continuaré: la señora vino a mi despacho porque su hija –Natalia, de quince años– había desaparecido.
―Mi marido, Adrián, y yo hemos ido esta mañana a dar el parte a la policía y ahora él está en casa, por si volviera; por eso no ha podido venir conmigo.
―¿Y por qué no esperan a que lo resuelva la policía?
―Cuatro ojos ven más que dos.
―Bien. Cuénteme, ¿cuándo desapareció?
―Ayer fue su cumpleaños. Discutimos. Bueno, ella cogió una rabieta por una tontería y se acostó refunfuñando. Esta mañana, al ir a despertarla, no estaba. Tiene mucho genio; ha salido a mí, me temo.
―¿Es la primera vez?
―¿Que se va de casa? Sí, pero no la primera vez que discutimos.
―¿A qué se dedican usted y su marido, señora…?
Madame d’Aguesseau de Fresnes. Puede llamarme Isabel. Soy cirujana plástica. Mi marido es comercial de implantes neuronales. Ambos viajamos mucho. Tenemos institutriz.
―Entiendo. ¿Y por qué discutieron ayer?
―No la dejé repetir de dulces.
No pude evitar una sonrisa. Conocía bien los casos como aquel: unos padres snob, que están más tiempo fuera que en casa, y que malcrían a sus hijos en lugar de jugar con ellos y educarles. Luego los niños se encierran en su mundo, en la web o en sus amigotes y así salen: respondones… o algo peor. Al parecer Natalia iba por ese camino.
―Bien, me encargaré; y no se preocupe, su hija es aún demasiado joven como para hacer algo irreversible.
Esa misma tarde acompañé a madame d’Aguesseau a su casa, pero antes pasé por la mía para recoger a Milú, mi fox terrier.
―¿Es natural? –me preguntó Isabel, sorprendida al verlo.
Con los nuevos modelos biorrobóticos ya casi nadie tenía una mascota natural.
―Sí. Como el de Tintin. Para casos como este es mi mejor ayudante.
―¿Tintin?
―Un personaje de comic de antes.
―¡Pero se hace pis en cualquier sitio! –me recriminó ofendida.
―No, si se le enseña bien–le respondí con tono seco.
Madame d’Aguesseau captó la indirecta y no me respondió.
Llegamos a su casa y fuimos a la habitación de Natalia.
―¡Vamos, Milú, husmea! –le dije mostrándole algunas ropas– ¡Vamos, también en la cama!
―¿Qué hace? –preguntó monsieur Adrián.
―Su trabajo. Es el mejor rastreando, créanme. Ningún biorrobot se le equipara –no es que fuese del todo cierta esa aseveración, pero es que siempre he sido más partidario de lo natural que de lo sintético o artificial–.
Un par de horas después encontramos a Natalia, al otro extremo de la ciudad, acurrucada en un rincón del callejón trasero de una pastelería de esas que abren las 24 horas. Aún tenía los ojos llorosos. Se estaba comiendo una tableta de turrón.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

closeup of a tray with different turron, polvorones and mantecados, typical christmas confections in Spain ID:78315986

Csi 1192: Lecciones que da la vida

Etiquetas

[1192]

1192. Lecciones que da la vida

En el Paris de la France, allá por finales de 1800 –en 1892, en concreto–, existe, en la rue de l’Université esquina con el boulevar Saint-Germain, un comercio de esos donde se vende un poco de todo, ya me entienden: desde una escalera de doble rampa, martillos y clavos de diversos calibres, hasta telas, hilos y botones de múltiples colores, o golosinas y juguetes. En el momento en que se desarrolla nuestro événement tragique la tienda está vacía a excepción del dueño, claro está, y de monsieur Pierre d’Arpajon, un vecino del barrio que suele frecuentar este y otros locales aunque no con muy honradas intenciones, pues es un habitual del pequeño siseo en los comercios de la ciudad. Son las 11:55 horas y el local está a punto de cerrar, pues a las 12 es la hora del almuerzo. Es en eso que entra un corpulento caballero portando un maletín médico. El dueño y el recién llegado discuten y, como las dos veces anteriores en lo que va de mes, el comerciante vuelve a negarse a pagar la extorsión –el recién llegado es el recaudador de la mafia local que viene a exigir la cuota mensual–. Sorprendentemente esta vez el sicario no parece contrariado y, con un leve movimiento de cabeza, se despide y se marcha. Sólo monsieur Pierre, que ha estado observándolo todo desde un rincón, se ha percatado de que aquel caballero malencarado se ha dejado junto al puesto de los paraguas el maletín que traía. «Esta es mi ocasión», piensa, y, sin decir nada, lo coge disimuladamente y sale de la tienda. Sin embargo, con las prisas, no escucha el tic-tac y, al dar la vuelta a la esquina, la bomba que oculta el maletín explota y monsieur Pierre muere despedazado.
Y ahora… piénsenlo detenidamente: ¿Cuál es la moraleja que podemos sacar de este événement tragique?… Pues que la vida no es un párrafo y la muerte no es un paréntesis, así que no robes, mentecato, o puede que lo que robes te mate.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Haiku 1780 – 1784

Etiquetas

Haiku 1780 – 1784

–1780–

Llueve en otoño;
empapados los árboles
llueve dos veces.

Llueve en otoño; empapados los árboles llueve dos veces.

–1781–

La lluvia cae;
las hojas arrastradas
por la ventisca.

La lluvia cae; las hojas arrastradas por la ventisca.

–1782–

Tras los cristales
la lluvia golpeando
los ventanales.

Tras los cristales la lluvia golpeando los ventanales.

–1783–

La mariposa
cruza el río paciente
sobre la rana.

La mariposa cruza el río paciente sobre la rana.

–1784–

Luna de otoño
entre nubes brumosas
salta la rana.

Luna de otoño entre nubes brumosas salta la rana.

Luis J. Goróstegui
#haiku

Csi 1191: Con la muerte al alba

Etiquetas

[1191]

1191. Con la muerte al alba

Una ráfaga agria de viento helado, como bofetada acérrima sin previo aviso, me despertó bruscamente y, al instante, aún incluso con la vista turbia y medio adormilado supe tres cosas: primero: que la ventana estaba abierta de par en par –me lo dijo el frío–; segundo: que esa cama no era la mía –me lo dijo la almohada–; y tercero: que estaba desnudo –me lo dijo…, bueno, lo supe–. La cabeza me iba a estallar; «¡por Júpiter!, ¿dónde demonios estoy?», me espeté sin poder recordar cómo había llegado hasta allí. Un quejío me dijo que alguien dormitaba aún a mi lado, bajo un montón de mantas –todas las que faltaban de mi lado de la cama–; «bueno, al menos alguien puede dormir después de lo que fuera que pasó anoche», me dije con media sonrisa. Una paloma se posó en el alféizar de la ventana y comenzó a zurear. «Hola, seas quien seas, ya amaneció, despierta…», estaba diciendo mientras levantaba una de las mantas intentando vislumbrar quién era, pero el susto que me llevé me impidió terminar la frase: era una joven y estaba degollada, y del susto me caí de la cama. Tendría veintitantos, morena, de pelo corto, y tenía la piel lívida –también estaba desnuda–, los labios amoratados, la lengua hinchada medio fuera de la boca, el cuello rebanado de oreja a oreja y estaba toda manchada de sangre seca; desangrada, sin duda. «¡Qué demonios…!», dije, huyendo como una araña despavorida sobre la alfombra, acojonado al ver aquello. Y, en eso, cual cometa errante zarandeado por la cruda realidad, me vino de bruces a la memoria lo que había sucedido la noche pasada.
Como traficante de armas que soy me codeo con algunos de los hombres –y de las mujeres– más viles y sádicos que se hacen llamar líderes en la actualidad. En esta ocasión estaba citado con un mandamás de la mafia rusa, en su cuartel general, para cerrar un trato de lo más satisfactorio para ambos: yo le daba armas –en este caso metralletas: Heckler & Koch MP5, MP7 y UMP, Uzi, PP-19 Bizon…; y algún que otro bazuca, como el multifuncional M3E1– a cambio de mucho, mucho dinero. Aquella tarde Dimitri se sentía alegre, y eso significaba bebidas, drogas y mujeres. Allí la conocí. Era una de las chicas que nos atendían. Se la veía diestra con el sacacorchos. Dimitri me la presentó; Rocío, o Carmen… se llamaba, creo, ahora no lo recuerdo. Besaba muy bien.
Atacaron a traición. Al parecer otra banda rusa no estaba de acuerdo con nuestra transacción comercial y, antes de que pudiéramos reaccionar, comenzaron la masacre. Eran legión y llevaban machetes y katanas y alguna que otra metralleta, claro. Fue al ocaso, lo recuerdo bien: con ese tono de cielo rosicler… El asunto es que la joven y yo –¡órale!, Katia, se llamaba Katia, ahora me vino– alcanzamos la puerta de salida, pero, justo antes de salir, una katana se interpuso en nuestro camino y medio rebanó su cuello. Como pude la levanté en brazos y salí corriendo de allí. Estaba desesperado. Mi mente trabajaba a mil buscando una solución. El tiempo apremiaba. Se me moría en mis brazos. Y entonces me acordé de la bruja Maa. Sí, tengo conocidos incluso en el infierno. Su tela de araña estaba cerca, así que metí a Katia en mi coche y dos minutos después atravesábamos la parte cuerda de la ciudad para introducirnos en otro mundo, uno macabro y demente. Visto con la perspectiva que da el tiempo no sé si hice bien, pero ya es tarde para lamentarlo.
La vieja Maa –había quien decía que tenía más de ciento cincuenta años– era una experta en brujería vudú, tenía el cuerpo tatuado y era ciega –y, sin embargo, veía «desde el otro mundo», como le gustaba decir–. Le dije lo que sucedía y, al sonreírme, me enseñó su boca desdentada. Maa nos llevó a su guarida y nos sometió –a Katia y a mí– a un siniestro ritual vudú. Sí, a mí también, no me preguntéis por qué. Bebimos brebajes innombrables, fumamos drogas prohibidas y sufrimos alucinaciones enloquecedoras. Luego perdí el conocimiento. Eso fue lo que pasó.
Aún con el susto en el cuerpo me lavé la cara en el lavabo y respiré hondo varias veces. Intenté pensar. Aquello no podía ser real. No podía. En eso escuché ruido de sábanas y unos pasos y una sombra se me acercó por la espalda. Sin girarme la vi en el reflejo del espejo. Era Katia. ¡Dios santo! Era ella, sin duda, con la mirada turbia, la piel lívida, los labios amoratados, la cabeza inclinada en un ángulo imposible, con ese profundo tajo que le cruzaba el cuello de oreja a oreja y toda ensangrentada. El rito vudú de la vieja Maa la había revivido; era una zombi, y me sonrió (por llamarlo de alguna manera) y me dijo con voz fría y lengua de trapo: «Cadigno, dengo la boca geca, ¿tienezg algo por ahí?… ¡menuda fiegda la de anoge, ¿vegdá?!»

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Csi 1190: ‘Algo baja del cielo’ y otros cuentos sin importancia [enero-2021]

Etiquetas

[1190]

1190. ‘Algo baja del cielo’ y otros cuentos sin importancia [enero-2021]

1190.1.- En la peluquería
Es un anochecer temprano. En el pueblo, los vecinos se atarean en sus quehaceres. Un hombre vestido de frac negro entra en la peluquería. Aguarda paciente la vez y charla amigable con los vecinos. «Sólo retocar las puntas», le dice al peluquero; al terminar, paga y se marcha. Todos le miran curiosos desde la entrada; pocas veces baja al pueblo. Es el dueño del castillo de la colina. Ninguno de ellos se ha percatado de que el hombre no se reflejó en los espejos del establecimiento.

1190.2.- Tengo mucho que decir
Tengo mucho que decir a la medianoche pues agarrar quisiera la galaxia en mis manos y beber en su honor su elixir portentoso. Lo diré una y otra vez, incluso si estás sorprendida: apunta y dispara (¡pero, por favor, no me des más golpes en el alma!) y prometo besarte el dorso de tu mano y mecerte en brazos por la eternidad y bailar al son del sol. Disperso está el ramo de flores en la superficie del lago, y una manzana cae del árbol como obedeciendo una ley divina y a punto está de darme en la cara mientras duermo tranquilo a su sombra; pues incluso si tienes la garganta seca, ¡tantas veces te lo dije!, cómo quieres que te llegue el calor de la luna llena. ¡Ah!, probablemente era Júpiter; y un dedo enhiesto en un ángulo de 45 grados marca la ruta.

1190.3.- Adiós días correctos
Adiós días correctos, pues sólo importa la temperatura corporal e incluso, si llueve, salir sin paraguas. Mira, esto es algo brillante; es, sin duda, un pobre amor. Y, si te sientes triste, ve a la azotea y mira muchas veces el mar.

1190.4.- Lo siento
La pared que veo en mi espalda está borrosa en la distancia. Por un lado está Shuhi Terayama, que viene en busca de alguien que es viejo, de alguien oculto sin necesidad de que le llamen demonio, y me pregunto si estará expuesto aún de noche; no en vano los músculos abdominales que habían comenzado a agrietarse durante marzo han vuelto a su estado original. Por otro, la familia Yoshino, que está mirando el cuenco vacío junto a los cansados platos de Año Nuevo, observan muertos de risa la niebla que desciende en la gran intersección desde cielo azul hasta alcanzar tus coletas que salvan el mundo, cariño; y no es mentira, pero quisiera aterrizar, quisiera esa familiaridad, pero estoy bromeando; y, en todo caso, quizá sea hora de que digamos adiós a la maldición de la aglomeración inútil de tanta gente cálida sin agallas para decir «lo siento».

1190.5.- Innovando que es gerundio
El siglo XXXI trajo muchos avances técnicos, como la matriz portátil de suspensión antigravitatoria que permitía que los automóviles pudieran circular, como los aviones, a gran altura pero, a diferencia de éstos, con un consumo mínimo y casi constante de combustible independientemente del tamaño del vehículo en el que estuvieran implantados –debido, al parecer, a cuestiones relacionadas con la aplicación del recientemente descubierto Principio de Equivalencia Gravimétrica–, lo cual llevó, por un lado, a considerar obsoletos –y por tanto a su casi desaparición, salvo para tenerlos en museos y así– a los clásicos aviones de propulsión; por otro, a que el tamaño de las nuevas naves antigravitatorias alcanzaran volúmenes como los de los rascacielos y mayores aún; y, por último, y quizá lo más inesperado de todo –ya se sabe que siempre hay a quien le gusta divertirse innovando o haciendo el chorra, según se mire–, a que se extendiera la moda de reutilizar para el transporte aéreo vehículos no diseñados inicialmente para tales menesteres, como, por ejemplo, vagones de trenes –ya fueran sueltos o en convoy–, casas enteras tipo chalet e incluso trasatlánticos.

1190.6.- La última esperanza
―Gramática políglota, filosofía, ética, moral… veo que tiene una biblioteca bien surtida.
En la ciudad fortificada, defensa contra los bárbaros y último reducto de la humanidad superviviente al gran estallido termonuclear, el profesor ha abierto una academia para educar en valores.
―Sí, en estos tiempos postapocalípticos es imprescindible; es la última esperanza que nos queda: instruir, formar personas de provecho, debatir…

1190.7.- El incomprensivismo
―He leído tu último cuento pero siento decirte que no lo he comprendido.
―Eso está bien. No pretendía ser comprendido, sino transmitir sensaciones, emociones; mi relato pertenece a un nuevo estilo que he creado: el incomprensivismo.

1190.8.- En el resplandor de aquel día
Fue en el resplandor de aquel día, en el que te encontré temblando como un cachorro mojado bajo la lluvia, cuando creo que escribí mi mejor poema; si lo lees sentirás su universalidad y concreción. Incluso si lo escuchas ahora podrás sentir la seriedad de su espíritu transformándote –sí, creo que es buena idea cantarlo–, abriendo en tu ser ignoto un cráter que muestre tu alma al día que amanece; y, si abres la cortina, la luz de la luciérnaga en el gimnasio desaparecerá silenciosa, pues ¿sabías que la nieve puede arder durante más de 100 millones de años? Sí, no en vano el plancton cae sobre el fondo marino cimentándonos. No digas que el motivo está en mi corazón, el acusado tiene derecho a callar. Sudoroso, cavando, mojándome, la marea está llena; dejemos de cazar la primera marea.

1190.9.- Conversando con un escritor
―Te achacan que escribes en blanco y negro.
―Puede, pero siempre pienso en color.
―Dame alguna pista, ¿cómo debo leerte?
―No leas lo que he escrito. Trata, más bien, de ver lo que he imaginado para llegar a escribirlo.

1190.10.- Asesinato en Navidad
Navideña, muy navideña, no se me presentó la semana: en principio pretendía cerrar por Navidad mi recién estrenado despacho, pero apareció una joven degollada en un callejón; y su novio –hijo de un famoso político– contrató mis servicios; pero va el comisario jefe y pretendía prohibirme que investigara –«¡esto le sobrepasa, detective Arístides, deje que nos encarguemos los profesionales!», me espetó con ese tono suyo que me sentó como un tiro, la verdad–; y fui y acepté el caso, porque nadie le dice al hijo de mi madre lo que tengo o no tengo que hacer. Soy impulsivo, sí; ¡qué le voy a hacer!, debo sufrir en la cabeza algún desfasaje.

1190.11.- Atravesando el bosque
Es un otoño frío. El frondoso bosque se tiñe de rojo y amarillo y el suelo se cubre de hojarasca y musgo. Un grupo de personas, a lomos de caballos y en carromatos tirados por bueyes, con los rostros bajos y abrigados para afrontar el viento recio y la lluvia, avanzan deprisa rumbo al pequeño pueblo colindante; cuanto menos tiempo permanezcan en el bosque mejor, pues, aunque nadie aceptaría dar crédito a ese tipo de leyendas, hay quien dice que allí habitan monstruos. El caso es que, al salir a terreno abierto y ver a lo lejos las primeras casas, todos respiran más tranquilos. Mientras, camuflados entre los arbustos y desde lo alto de los árboles, los ogros o’endcer de ojos rojos y garras de marfil les observan.

1190.12.- Arcadia
Adrede escapamos de nuestro hogar, por eso llevábamos tiempo estudiando las cartas estelares; y adrede emprendimos viaje al exoplaneta P103 –un clase Ohmnium, la mejor opción para sobrevivir–. Lamentablemente la Tierra ya no era viable; culpa nuestra, lo admito, pero ya era tarde para lamentarse. Sólo podíamos huir. Lo que vimos al llegar sobrepasó todas nuestras previsiones; ni en nuestras más optimistas utopías hubiéramos pretendido encontrar un lugar mejor: atmósfera respirable, agua, vegetación abundante e inocua, gran biodiversidad animal, campo magnético de alta viabilidad… Incluso los nativos nos acogieron pacíficamente; y debo reconocer que lo más extraordinario de aquellos seres inteligentes no era, ni por asomo, que escribieran en bustrófedon.

1190.13.- Llega una noche larga
Llega una noche larga como la cola de un pájaro de la montaña. La primavera desbordada es verano, y una misteriosa prenda blanca ondea insigne de un provenir promiscuo; mirando los tomates de Karihoan en el campo de otoño, mi ropa se está mojando de rocío.
Este día ya está gritando… Está la luna inclinada… ¡Oh, debería haber dormido más! Te dije que vinieras pronto… ¡te estaba esperando!; ya no hay tiempo, ya apareció la luna! Moshiki y los antiguos aleros Shinobu también tienen muchos viejos tiempos por vivir.
El atardecer de un arroyo en la brisa puede ser un signo de verano.

1190.14.- De una idea, un tesoro
―Pletórico, homérico; se merece la recompensa ofrecida, sin duda –dijo el rey.
Tiempo atrás, el rey había ofrecido un tesoro a quien acabara con el nido de dragones que habitaban bajo la montaña. Caballeros y gente de bien de todo el valle se habían adentrado en las cuevas para matarlos, pero todos fueron derrotados.
―Yo tengo una idea –dijo un anciano.
E, inundando las cuevas al desviar el cauce de un lejano río, todos los dragones murieron ahogados.
―¡Qué cierto es que más vale maña que fuerza! –dijo la reina.
―Y, además, ha abierto un manantial en la montaña y, de un páramo seco, ha conseguido un valle de cosecha ubérrima.

1190.15.- En reguero abandonado
Parece que hay un pantano, en reguero abandonado, por donde un niño entra de soslayo en la habitación de al lado y la atraviesa gritando entre sueños o pesadillas acaso; y, sin pretenderlo –y mojado por la nevada imprevista–, descubro mi cabello húmedo y bello, y que la nieve, transformada en aguanieve y ésta en lluvia, me escucha cuando le discurro de la vida y paseo entre ella con paso superfluo y esquivo. Sin embargo, cuanto más me concentro en este hermoso día, más noto cosas que no encajan. Y tú, que parece que disimulas pero que estás mirando la visión nocturna de todas las flores esparcidas, no te demores en recoger las frutas podridas y los cuerpos viejos, pues la duda está tocando ya el piano en la habitación en la parte de atrás de mi cabeza izquierda y la canción que ella arrastra a ritmo demente no es una arabesca fugaz de filigrana y oro, sino un locuaz guijarro de farándula loca.

1190.16.- Con lágrimas
Agendar acaso se propuso el arqueólogo la insondable belleza incólume de las sombras efímeras de aquellas ruinas enterradas de otros tiempos; mas, obnubilado por tanta magnificencia eterna –con las manos aún temblorosas y la mirada borrosa por la emoción, incapaz ni siquiera de agarrar firme su lápiz de mina negra para plasmar en trazos fugaces aquellas sublimes piedras–, sólo con las lágrimas que de sus ojos se desprendían alcanzaba a expresar en su justa medida la gratitud que sentía al haber hallado tal yacimiento maya.

1190.17.- Nuestro hijo
―Mamá, ¿qué es eso blanco que cubre todo el suelo?
―Es nieve, cariño. Cae del cielo como la lluvia pero es más fría; anoche estuvo nevando. Si quieres, luego salimos a la calle a jugar con ella.
―Me gustaría, sí, mamá.
Arturo mira asombrado por la ventana. Es la primera vez que ve la nieve. Hace dos semanas lo encontramos acurrucado en un vertedero de electrodomésticos, medio deshecho, y nos lo trajimos a casa. Hemos hecho lo que pudimos y, aunque recuperamos satisfactoriamente la servomecánica de su cuerpo, no hemos podido hacer lo mismo con su sistema cognitivo y no nos ha quedado más remedio que resetearlo. Antonio y yo tenemos una tienda-taller de electrónica y robótica así que nos ha sido relativamente sencillo repararle. Ha despertado esta mañana y desde que nos ha visto nos trata como si fuéramos sus padres –incluso nos llama mamá y papá; supongo que viene así en su placa base–. Mañana le instalaremos en su módulo neuronal una base integral de datos. Lo cierto es que el hecho de que no podamos tener hijos nos hace que consideremos a Arturo como nuestro hijo, a pesar de que sea un robot de dos metros de altura.

1190.18.- Conversaciones de salón
―¡Zopilote!… querida, ¡¿tú te crees?!… ¡tuvieron la insolente desfachatez de llamarnos zopilote!… ¡¡a nosotros!!
Lady Calrissian, la señora del castillo, hacía esfuerzos por contener su más que justificada cólera.
―Ya no sé dónde vamos a ir a parar, Eleanor; ¡se lo merecían, sin duda! –asentía apesadumbrada, a su lado, milady de Norfolk.
―¡Ya lo creo!… ¡unos jóvenes insolentes, eso es lo que eran!, burlándose de nuestra noble alcurnia… ¡y tirándonos huevos a las ventanas!… ¡gamberros!…
―¿Y teníais espacio suficiente en la nevera para los tres?
―Oh, por supuesto… aunque vamos a estar comiendo carne de vecino entrometido el resto del mes… con lo divertido que es cazarlos, ¡uf!

1190.19.- A la luz de las antorchas
A la luz de las antorchas la esperanza da su último suspiro cual latido del corazón moribundo de generosa forja de espadas de héroes de antaño; pues, al son de un desfile marcial, marcha solemne la tropa mientras, despacio, la incandescencia eminente de la sublimidad ostensoria redime inmisericorde, cual elevada cúspide de agrietados peñascos, la eterna gratificación de los hijos de los mil ángeles.

1190.20.- ¡Cataclismo en el embalse!
―«”Fantoche”, “energúmeno”, “troglodita”, “subnormal” y “escafoides desquiciado” fueron algunos de los despectivos apelativos con los que maese castor padre abroncó a maese oso hijo al paso de éste a todo galope sobre el embalse helado provocando grandes desperfectos en la presa construida por el clan castor». Aquí Mapache Gris, desde el Bosque Ruiseñor, informando en exclusiva de las últimas noticias tras la gran helada. Seguiremos indagando… ¡Atención, nos llega un último boletín!: «Afortunadamente no ha habido que lamentar ninguna víctima castoril, pues, en un espectacular giro de los acontecimiento, maese oso hijo pudo desviar su alocado galope al hacer palanca con un tronco viejo y tomar in extremis una ruta tangencial».

1190.21.- Extinción
El día amaneció como cualquier otro, con los postes de la luz con sus líneas amarradas a los discos aisladores, sus fusibles, sus transformadores, sus cables neutros con sus aisladores de cerámica y sus correspondientes acometidas, inmóviles junto a los edificios y sus sombras dibujando filigranas en las fachadas y el suelo; y, en las casas, los electrodomésticos; y, en los edificios gubernamentales, los compresores, transformadores industriales y todos los instrumentos que proporcionan luz y electricidad a las ciudades…; nada hacía presagiar el horror que estaba por venir. Y el día prosiguió y atardeció y anocheció, pero aquella noche el sol explotó, no como para destruirse pero sí como para que una ola de plasma solar arrasara la Tierra provocando una tormenta geomagnética de proporciones nunca vistas que no sólo dañó los satélites, los transformadores eléctricos –dejando bloqueadas y a oscuras las ciudades– y las radiocomunicaciones –incomunicándolas entre ellas–, no, sino que, y lo que fue más extraordinario de todo, afectó a las mismísimas entrañas cuánticas de toda la electrónica del planeta, de modo que, al amanecer del día siguiente, ésta había cobrado vida, vida electrónica, pero vida al fin y al cabo, y nos atacaron. Fue como si los electrodomésticos y cualquier dispositivo eléctrico sufrieran una mutación genética en su infraestructura cuántica; y, así, las cafeteras, los microondas, los secadores de pelo, las lavadoras y lavaplatos, incluso los postes de la luz o los transformadores industriales y demás objetos de las ciudades generaron su propia inteligencia, sus propias extremidades móviles y… no puedo seguir… todo es horroroso… Dejo este biolog para que cuando esta guerra acabe, si hay supervivientes, sepan qué pasó y porqué. Cada vez quedamos menos… Es la extinción… ¡Dios, ayúdanos!… Ahora tengo que huir, un grupo compresores me están acorralando y quieren matarme…

1190.22.- Europrohibición
―Mamá, ¿me aumentas la paga?
―No puedo, es que Bruselas no me deja.

1190.23.- Una vez en la vida
―Canelones rellenos de cecina de chivo lechal malagueño, con bechamel, espuma de manzana reineta del bierzo y crujiente con ensalada, de primero; una pieza de ternera asturiana con verduras encurtidas, de segundo; y de beber, un rioja voché –fermentado en barrica; 70% Viura, 30% Chardonay–… todo excelente.
―No te digo que no, ¡pero a qué precios!
―¡Hombre, una vez en la vida…! Ya sabes lo que dicen: «Carpe diem, quam minimim credula postero*».
―Sí, que la vida siempre asombra.
―Es ley de ídem.

[*«Carpe diem, quam minimim credula postero», que podemos traducir como: «Aprovecha el día de hoy; confía lo menos posible en el mañana».]

1190.24.- Te vi mañana
En mis recuerdos –o en mis sueños, no sé– te vi mañana nadando entre los rayos entrecruzados de dos soles de mermelada encurtida fermentada en barrica y bañada en rioja voché; mientras, el murmullo del eco escribía letras perdidas en orillas olvidadas.

1190.25.- Los zombis no se vacunan
Los zombis no se vacunan; ya están muertos.

1190.26.- El colmo de la publicidad
Animan a leer un libro aduciendo que es el libro de cabecera del personaje principal de la serie de ficción con más renombre de la TV.

1190.27.- El clan Dascălu
―¿Abuelo, estos de la foto son el clan Dascălu del que nos hablaste; el que ayudaste a escapar de la cárcel en Transilvania?
―¿Eh?… ¡ah, sí!… los veintitrés.
―¿Pero aquí sólo se ven catorce?
―Sí, los que no eran vampiros; ¡menuda familia!

1190.28.- Algo baja del cielo
―La experiencia es un grado.
―Sí, la vida es una prueba. Somos como los astronautas que exploran por primera vez un nuevo planeta; de hecho es así literalmente, pues ¿qué es si no la Tierra? No sabemos lo que nos vamos a encontrar y, sin embargo, seguimos caminando; por eso quien disfruta de más tiempo para indagar tiene mejor perspectiva para decidir el camino que quiere tomar.
―No puedo estar más de acuerdo contigo. Además, a poco que hayas aprendido te das cuenta de que los obstáculos que encontrarás difieren poco de los ya superados.
―Por eso yo ya no pido lo que sé que no se me puede dar, ¿para qué amargarme la vida?
―Yo, como San Francisco de Asís, necesito pocas cosas y, las pocas que necesito, las necesito poco.
―Acertada decisión, sin duda.
Los dos ancianos caminan despacio por el malecón del puerto. Amanece y el sol refulgente ilumina el horizonte como quien da la bienvenida a un miembro querido de su familia.
―Mira, algo baja del cielo –dice uno de ellos señalando a las nubes.
―¿Crees que es lo que creo que es?
―Sin duda. ¿Se lo decimos al alcalde?
―Na, ya se dará cuenta si atacan.
―¿Atacarán?
―Ni idea. Puede que no, pero tampoco podemos hacer nada para evitarlo; ya veremos.
―Se te ve tranquilo.
―Es que he vivido mucho.
―Bien decías tú que la experiencia es un grado.
―Bueno, vamos a desayunar.
―Vamos, que hoy dan en la residencia ensaimadas de cabello de ángel.

1190.29.- La granja
Subrogar la granja haciéndome cargo del negocio familiar, a eso me dedico. No, no me quejo, al contrario; de pequeño siempre había querido criarlos cuando fuera mayor. Mi abuela Marta –tenía visión de futuro, sin duda– fue la que los cazó siendo aún unas revoltosas crías; y, aunque en un principio no le veíamos futuro, el negocio resultó ser francamente rentable. El caso es que les conozco por su nombre y ellos, aunque os resulte increíble, me consideran como su jefe de manada, o algo así –ahora tenemos ya treinta y tres enormes cocodrilos, ¿quién lo diría?–; incluso tengo con cada uno de ellos un selfi.

1190.30.- Meme dar’ho de alabastro
Meme dar’ho de alabastro, así los llamamos; y, aunque de alabastro, ni por asomo podían ser un meme, pero así suceden las cosas, qué le vamos a hacer. En el 3173 d.C. detectamos un satélite en rumbo 4316,10637 y decelerando; evidentemente era alienígena y fuimos a ver. Era ciclópeo, repleto de túneles como un gruyer y en cada una de las que supusimos habitaciones encontramos un objeto de aquellos –el hijo del comodoro los vio y dijo: «mira, papá, parece un meme», y con ese nombre se quedó–. A los aliens les llamamos Dar’ho, como el alienólogo que los descubrió. Finalmente descubrimos que los extraterrestres los usaban como radiodespertador.

1190.31.- Un mundo insospechado
Aquel mundo era insospechado. Algunos puntos geográficos permanecían perennes cubiertos con sólo un metro de mar oceánica –incluso lo que antaño fuera tierra adentro– de modo que en las estaciones los tiburones deambulaban en lugar de los trenes del pasado. En otros, la gravedad jugaba con la gente y les permitían caminar levitando centenares de metros sobre la superficie del planeta de modo que los pasos de cebra de antes, que alternaban el tránsito de vehículos y personas, eran ahora vías por las que circulaban únicamente seres humanos, mientras que, bajo ellos, buceaban ballenas, tigres acuáticos e infinidad de criaturas submarinas de nombres imposibles. Como signo indecible se daba también, por ejemplo, la paradoja de que junto a lagos sin fin en cuyas profundidades yacían gigantes de piedra como custodios de tesoros sacros, de una sola amapola, fruto de técnicas policrómicas obtenidas de seres de otros mundos, surgían, cual fuente de manantial milagroso, prados multicolores de seres florales en otros tiempos considerados hadas o duendes; o que la ciudad fuera un concepto obsoleto y el dinero innecesario –y no estoy mintiendo–. A simple vista podía parecer que la vida se rebelaba y que la felicidad fuera por fin una realidad alcanzada –como antaño había sido un espejismo idealizado–; pero nada más lejos de la realidad, pues nunca como ahora los espantapájaros habían llegado a ser eco glorioso de valles portentosos. Sí, así era ahora la Tierra, y en ella vivíamos la nueva humanidad.

1190.32.- Conversaciones conyugales
―Isoflavona U’tiahin es una famosa diva del bel canto. Dicen los entendidos que su voz es capaz de provocar el arrobamiento del cuerpo astral del que la escucha.
―No he oído hablar de ella.
―Incluso es capaz de cantar en frecuencias inaudibles para el oído humano.
―Pues si no la podemos oír, ¿para qué ir a verla?
―Es que también canta en otras frecuencias.
―Ah, bueno. ¿Y de dónde es?
―No es humana. Tiene seis brazopiernas y es natural del planeta Mos’ad’eyt, en el sistema Atad’ii, a 103 años luz de distancia.
―Pues nos pilla algo lejos. ¿Y de qué la conoces?
―De nada, cariño; lo estoy leyendo en un libro.

1190.33.- Desescalada contractual
Desescalada contractual, lo llamaron; un eufemismo como otro cualquiera, pues un gobierno progresista «nunca promueve el conflicto social». ¡Ja! De hecho la guerra continuaba al mismo ritmo, o incluso mayor. Las bombas caían sin descanso, ora aquí, ora allá, mientras el enemigo, inmisericorde, permanecía invisible… bueno, hasta aquella mañana en que me topé con uno de ellos –entonces comprendí la amarga verdad: que las bombas eran ‘fuego amigo’ y que nuestro gobierno mantenía la guerra con un enemigo ficticio sólo por ambición política y rédito económico; ya sabemos cómo se las gastan, ¿verdad?–. Todo eso lo supe al comprender la súplica de paz que emanaba de su mirada.

1190.34.- Un son nostálgico
Las copas desnudas de los árboles saludan osadas al sol que amanece y el invierno avanza; al atardecer se escuchan voces de niños jugando en el parque y la tarde se hace noche; el sonido del fondo de la oscuridad evoca un son nostálgico, como un rumor que vaga entre las hojas.

1190.35.- Saboreando un té
Saboreando un té que no puedo parar y se enfría en mis manos, con el llanto que pensé que estaba gritando y fue interrumpido por una tos repentina, ese sentimiento; y los pétalos que se muestran marchitos mientras florecen, ríen, pues moriré pronto.

1190.36.- Cotilleando con famosos
Año 3021. La ciencia ha avanzado que es una barbaridad y gracias al éxito en la conservación en formol de la cabeza –registros neuro-cerebrales incluidos–, los realitis de celébritis en holo-TV siguen contando con los mejores invitados, aún tras su muerte.

1190.37.- La tienda de la esquina
Coroto sobre coroto, ¡sí, hombre!… ¿no recordáis aquella tienda de la esquina de escaparate mohoso y fachada de madera labrada con filigranas amenazadoras? Se amontonaban objetos extravagantes de todo tipo: dragones escupefuego de piedra policromada aún calientes al tacto; la cabeza disecada de un tiranosaurio rex colgando sobre la chimenea de la tienda, al fondo; viejos tarros de cristal turbio conteniendo embriones muertos en formol de criaturas desconocidas para la ciencia que juraría que se movían al tocarlos; calaveras de afilados colmillos; el ataúd egipcio de un faraón maldito, según me aseguró el anciano dueño de la tienda… Pues bien, ha desaparecido, cimientos incluidos. ¡Lástima, le tenía una afición!

1190.38.- Requisitos de misión
Resiliencia en grado sumo al 103,5% era el requisito imprescindible que debían alcanzar los candidatos en la varianza transmimética para solventar con éxito la misión T130R, a costa, si no, de morir de forma atroz en el intento si el escudo personal Om’shy de vacío no mantenía dicha catalogación al menos ¾ de ciclo. Por tanto sólo los agentes excepcionales serían seleccionados. El viaje en sí era peligroso –aunque para ello se había escogido una nave clase Sch’osund por lo que por esa vertiente no debía haber problema ninguno–. Sin embargo lo más arriesgado era, sin duda, la permanencia en el entorno hostil de aquel inhóspito planeta el tiempo concertado para recopilar las muestras autóctonas de biodata requeridas para dar por satisfecha la misión encomendada; así como defenderse de un más que posible ataque por parte de la salvaje población nativa en caso –Os’tan no lo quiera– de ser descubiertos. Era por ello que el camuflaje biosimbiótico necesario para pasar desapercibido entre la población aborigen –de cara a la futura recolección del ganado humano en su pequeño planeta marino– requería un temerario nivel 394 en la escala de sostenibilidad epidérmica lívida.

1190.39.- Como si al alba
Como si al alba el sol gritara tras su cíclico viaje
de un escalofrío el verso clama
y del lago la dama bruja surge en calma
mas no en quietud se desvela.

En la neblina se oculta en sigilo
la amarga hiel que en su corazón habita,
senda inquieta de rumbo efímero
cual ofidio ígneo de intención inconfesa.

¡Atrás, leviatán inmundo!, grité al verla;
¡retrocede, Belcebú de mil rostros a cual más oprobioso!, insistí espada en ristre;
y ella, en ademán inquietante, rióse desvergonzada,
y, dándome la espalda, se hundió, ruin, en sus aguas negras.

Mas, en el último suspiro
de mis ansias resurgiendo,
lancela un dardo y a su corazón herí de mortal herida.
¡Aaahhh!, gritó ella,
y en su retorcida mueca se desangró toda ella.

Muerta estaba la dama bruja,
muerta –la maté, sí–, muerta estaba,
y una fiesta de consuelo celebramos en la ciudad,
¡pues muerta, muerta está!, gritamos a una.

1190.40.- Acorazado Potemkin
―¿Alcoholímetro cenital?
―Marcación 0,374 ciclos, capitán, y estable a 70 pics.
―Activen vórtice de gravitación y’emunt y ajusten cinturón de iones al 63%. Plasma en fusión. Agujeros de gusano en posición tangencial. Vacío positrónico.
―Capitán, desajuste matricial al 5%.
―Disminuyan compresores de tugsteno 3,5 marcas; abran válvulas de escape; cierren clavijas thern.
―Recuperados niveles de varianza subsónica, capitán.
―Bien. Ajusten coordenadas del objetivo.
―Asteroide en visor en 14 segundos.
―A mi orden.
―Sí, capitán. En posición en 3, 2, 1…
―¡Fuego!
El cañón disparó el rayo de gravitación.
―Asteroide volatilizado, capitán.
―Comprueben calibrado de residuos.
―Sólo quedan escombros, capitán; nube de asteroides densidad 0,347 o’omas.
―Perfecto. Nuevo rumbo; destino: planeta Eleëre.
―Nuevo objetivo en 107 ciclos, capitán.
La prueba de tiro había sido un éxito. El cañón de gravitación del acorazado espacial Potemkin VII era el arma definitiva. El planeta Eleëre, guarida de los rebeldes opuestos al tiránico poder del señor feudal Cha’kel’ar, duque de Em’ler, señor del cuadrante galáctico Umyd-37, sería volatilizado de igual modo. Satisfecho, el capitán se detuvo unos segundos ante el mapa estelar y marcó la posición del planeta Eleëre con un premonitorio doble asterisco.

1190.41.- Café con bollos
―¿Café? –preguntó el camarero al atender al cliente.
―ⱦ₩₡₲⃝₪₮Ⅎₔ₇⅟ⱦ –repitió el turista intentando vocalizar mejor.
El extranjero vestía y actuaba raro, pero el camarero no quería echarlo del bar, para un cliente que entraba a consumir…; con lo de la pandemia no estaban como para desperdiciar clientes, así que insistió.
―¡Manolo, échame un cable, a ver si le entiendes tú que sabes idiomas!
―Good morning, bonjour, buenos días, caballero, ¿qué desea tomar el señor? –preguntó Manolo con su mejor sonrisa.
El turista levantó la mano como pidiendo paciencia, y, leyendo en lo que parecía ser una tablet, dijo vocalizando lentamente: «Watashi no sen’yō no ionka purazumakyaburetā wa arimasu ka?»
―¿Eso es japonés? –se dijeron alucinados los dos camareros.
El extranjero sonreía bobalicón.
―¡Esto, España; nosotros no japonés! –dijo Manolo elevando el volumen de voz.
El cliente volvió a pedir paciencia y tecleó en su tablet.
―Disculpen, soy… perdido. ¿Tener… vos… carburador de plasma ionizado para nave? –dijo esta vez el cliente en español señalando al cielo.
―¡Eso quizá en una gasolinera… ga-so-li-ne-ra!… ¡a-quí-no!
Y el extranjero hizo una mueca y se marchó. Manolo, decepcionado, tachó de su libreta el «café con bollos» que había apuntado con un lapicero.

1190.42.- Invitados de la niebla
En el silencio de una noche profunda, caminando juntos, levitando quizá, o corriendo o andando acaso, detenidos aquí o allá rastreando las pistas que el ayer nos dejaba, llegamos al lugar que se nos ocultaba –como invitados secretos de la niebla de la mañana–, y que el camino nos apuntaba; un lugar deslumbrante y hermoso y con una luz que desvelaba el alma dormida. «¿Qué ilumina la luz de la luna redonda y plateada que flota en el viento frío del cielo?», escuchamos a la voz decirnos. «Más allá de las letras que escribís mirad y veréis la reacción de un ser querido, y escucharéis un sonido de piano y el mar rompiente que os invita a hundiros en él», añadió el susurro. «Pero ya es tarde en la noche, debo dejarlo aquí, pues no en vano estáis un poco más cerca que antes de conseguirlo, cuando sólo hablabais de cosas casuales y apenas veíais el amanecer en el fondo del agua. Con Dios», y el sol del amanecer nos deslumbró y nos hizo volver a esas mañanas de respirar de a poquitos.

1190.43.- Aquelarre nocturno
En un maizal quejumbroso, una noche somnolienta, al compás de un quejío arrabalero, un susurro malicioso rompe la serenidad de un recoleto lugar apartado del bullicio, y tres gatos negros de maullido tenebroso deambulan acechantes alrededor de un espantapájaros de sonrisa macabra y mirada siniestra. «¡Que el velo pudoroso, que la niebla criminal oculta a sabiendas, rasgue por ventura el azar del siniestro huracán que nos convoca!», grita el primero de los gatos transformado en dama bruja tuerta; «¡que la esencia de lo profundo agriete sin reparo la crucial concurrencia que el hado concupiscente anhela alcanzar con nuestra pérfida brujería!», se desgañita la segunda arpía de felinos ojos; «¡que el relámpago furioso, de maléfico encanto y afilado filo, cual semblante espectral de reflejo efímero y mortal, retumbe lúgubre y funesto en nuestro ser inmortal y nos haga llaves de la puerta del destino!», chilla y se retuerce la tercera alimaña. «Es la hora, hermanas», se dicen al unísono las tres con su voz aguarrentosa y su sibilina mirada, y, con funestos gestos y palabras arcanas, pronuncian el conjuro al son de los truenos sin lluvia que retumban portentosos. Las tres son jóvenes a pesar de sus arrugas y sus canas; las tres fueron hermosas, mas las tres se aficionaron a las artes oscuras y se dislocaron la conciencia y el alma, pues, de todos es sabido que sin remedio se cumple que, cuando el hechizo entra por la puerta, el sentido común sale por la ventana.

[FIN]

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia